Qué es el autismo y cómo se diagnostica
2 de abril, Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo
Una de cada 100 personas en el mundo padece autismo, así lo informaron especialistas de la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones (Conasama) de la Secretaría de Salud
Qué es el autismo
El autismo, cuya denominación correcta es trastorno del espectro autista (TEA), consiste en una condición de origen desconocido que implica el desarrollo atípico del cerebro y que plantea dificultades en la interacción social y en la incorporación a la vida comunitaria de quienes lo padecen.
Las alteraciones se identifican desde el inicio del desarrollo infantil, neuronal y del cerebro. Los principales rasgos se pueden detectar desde los primeros meses de vida en los que se hacen evidentes diferencias con respecto al denominado desarrollo típico de la mayoría de bebés.
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El TEA pertenece al mismo grupo que el trastorno de déficit de atención, los trastornos del aprendizaje y los trastornos del desarrollo intelectual, antes conocidos como retraso mental.
Explicaron que, en medicina, los TEA no son enfermedades en sentido estricto porque, para denominarlas de esa manera, deben tener características específicas; particularmente, que sea posible llegar al diagnóstico a través de estudios de imagen o de laboratorio, lo que en el trastorno del espectro autista no ocurre, en virtud de que su diagnóstico es enteramente clínico.
Cómo se diagnostica el autismo
El diagnóstico se realiza mediante una entrevista clínica al paciente y a familiares, cuidadores, profesores y compañeros que aporten información complementaria de la escuela o de los lugares en que la persona se desarrolla.
De esta manera, dijeron, es posible realizar una evaluación poliédrica y multidimensional del individuo y certificar que las características propias de la condición se presentan en todos los contextos y no sólo en algunos.
Las personas con TEA suelen presentar alteraciones en la comunicación socioemocional y en el lenguaje, patrones de comportamiento restringidos y repetitivos.
En muchos casos suelen presentar ecolalia, una perturbación del lenguaje que consiste en repetir involuntariamente una palabra o frase que acaba de pronunciar otra persona en su presencia, generalmente sus padres o cuidadores primarios.
Sobre el lenguaje también presentan la característica de que no balbucean, rasgo que puede ser una señal de alerta para solicitar diagnóstico médico.
Con respecto al desarrollo socioemocional, personas con TEA suelen comportarse de forma distinta a la mayor parte de los infantes.
En el desarrollo típico se percibe que desde pequeños empiezan a sonreírle a su cuidador, a tener una comunicación no verbal basada en el contacto visual y existe una interacción social entre ambos, a pesar de no haberse desarrollado todavía el habla. Esto no ocurre con personas que padecen este trastorno.
Los infantes con TEA no miran a los ojos y no manifiestan reciprocidad social con la persona que los cuida, lo que debe tomarse en cuenta para acudir a valoración exhaustiva.
Hay alteraciones también en el juego; en la medida que van creciendo se nota la incapacidad de realizar juego simbólico que no es otra cosa que el juego en el que interviene la imaginación y en el que se crean historias, en el que por ejemplo de pronto un lápiz puede ser un avión.
Esto no lo hacen quienes padecen TEA, sino que más bien se enfocan en objetos extraños que pueden generarles mucho más interés. Por ejemplo, pueden quedarse observando fijamente la manera en la que giran las aspas de un ventilador.
Quienes viven con TEA pueden tener o no discapacidad intelectual, y es importante hacer la diferencia. Si presentan discapacidad intelectual, el pronóstico es desde luego menos favorable, pero hay quienes no la tienen e incluso aparentan tener una inteligencia superior porque suelen centrarse en temas muy específicos sobre los que tienden a desarrollar un conocimiento profundo, en línea con los patrones de intereses restringidos y repetitivos que caracterizan a esta condición.
Mencionaron que las personas con TEA tienden también a desarrollar una inflexibilidad en la modificación de las rutinas. Suelen angustiarse mucho por los cambios, incluso los más sutiles como podría ser la modificación de la ruta para ir a un lugar.
Las transiciones de mayor alcance como mudarse de casa o cambiar de cuidadores primarios les afectan de manera muy acentuada, generándoles una aguda sensación de angustia.
Un rasgo adicional es que a menudo presentan hipersensibilidad o hiposensibilidad a los estímulos sensoriales: pronto les puede molestar mucho el ruido –una licuadora—, o estar en lugares muy concurridos puede generarles altos niveles de angustia, apuntaron.
En lo que a la alimentación se refiere, en muchos casos son muy reticentes porque no aceptan ciertos ingredientes en los alimentos; los sabores muy intensos les desagradan mucho y mientras que la mayor parte de los padres ven todo esto como una conducta negativa, lo cierto es que ese comportamiento se debe a la hipersensibilidad a los estímulos sensoriales propia del trastorno.
Informaron que también es frecuente que la hipersensibilidad de la que se ha hablado no resulte incompatible con hiposensibilidad ante estímulos sensoriales en otros ámbitos. Así, es muy común encontrar personas con TEA que son indiferentes al dolor o a la temperatura, por lo que hay que tener cuidado, ya que se pueden estar quemando y no reaccionan porque no sienten las molestias ni el dolor propios del contacto con un objeto muy caliente.
Una conducta típica es, por ejemplo, que cuando los llevan a vacunarse no lloran tras recibir la inyección porque en realidad no les duele, señalan expertos y expertas de Conasama.
Tratamiento autismo
El tratamiento está basado fundamentalmente en un conjunto de terapias que van desde las de lenguaje pasando por terapias de comunicación, estimulación sensorial, desarrollo socioemocional, hasta aquellas centradas en la rehabilitación motora.
Farmacológicamente no hay un tratamiento indicado para el autismo y no existen medicamentos que aceleren el desarrollo cerebral. Se utilizan fármacos, cuando existen comorbilidades o para atender situaciones puntuales de conducta que pueden ser muy graves. Si hay mucha desregulación emocional, se suelen utilizar inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina (comúnmente conocidos como antidepresivos), abundaron.
Algunas personas con TEA también padecen trastornos obsesivos, por lo que para el control de impulsos se utilizan antipsicóticos como la risperidona o el aripiprazol. De entre las niñas y los niños aquejados por este trastorno, un alto porcentaje presenta trastorno de déficit de atención, y en estos casos se emplean también estimulantes como el metilfenidato; sin embargo, no existe un tratamiento farmacológico específico para el autismo.
La base del tratamiento siempre será la terapia, que se diseñará y administrará dependiendo de las características específicas de la niña o el niño. Las personas especialistas subrayaron que la intervención a favor del paciente debe de ser, por lo tanto, interdisciplinaria.
Si bien se desconoce el origen preciso de este trastorno, sí están identificados algunos factores de riesgo como el que los padres sean añosos al momento de concebir (más de 35 años en la madre más de 38 en el padre), fumar durante el embarazo, tener contacto con organofosforados durante la gestación, especialmente durante el tercer trimestre, o concebir a través de inseminación artificial.
En cualquier caso, los expertos coinciden en que los factores de riesgo no son determinantes, puesto que no hay en realidad una causa específica.
Concluyeron que es necesario asistir a las consultas mensuales con la o el pediatra para monitorear la evolución del menor y vigilar el desarrollo socioemocional durante los primeros mil días de vida. En esta etapa es posible identificar rasgos de alerta.
El diagnóstico del TEA puede hacerse desde antes de los dos años; mientras más temprano, mejor será el pronóstico, porque se podrán desarrollar las habilidades necesarias para la mejor inserción social a través de rehabilitación.