“Es muy bonito vivir con limitantes, hay cosas que no se pueden hacer, pero la lucha se le hace”.
Por: Juan Francisco Sotomayor
Me duele el alma que no tienen que comer: unos se arrastran, otros no miran y otros ya no se levantan
Nadie sabe lo que pesa el morral, sólo el que lo va cargando. Rosalina Valenzuela tiene secuelas de polio desde los 3 meses de edad, con su discapacidad llegó a Villa Juárez a trabajar. De joven estudió derecho y lleva 20 años ayudando a personas con discapacidad. Ya casi no puede salir a la calle, pero no desiste en su lucha, porque: “Me duele en el alma que no tienen que comer”.
Rosalina Valenzuela Valenzuela es originaria de un rancho llamado San Quintín, formado por una sola casa y un corral en la sindicatura de Villa Ángel Flores, municipio de Navolato.
Nació y creció en una casa de palma. La poliomielitis que adquirió casi recién nacida la dejó con parálisis parcial de sus piernas. Pero ni la pobreza, ni la distancia para llegar a la escuela mermó su entusiasmo para estudiar de continuo desde la primaria hasta la universidad, graduándose de licenciada en derecho.
A falta de padres y en ausencia de su hermana, que se fue para Estados Unidos, Rosalina se fue a vivir a Villa Juárez en 1997, porque ahí no faltaba el trabajo.
“Yo tengo mi polio, pero no me quedo sentada, bendito Dios. Tengo que moverme porque se me enfrían los huesos y ya no se hace nada”, dice con autoridad lo que ha repetido toda su vida.
Rosalina no tuvo hijos, pero adoptó dos sobrinos que ya terminó de criar, uno egresado de la universidad y otro por salir. Su pasión por la vida es el servicio y ayuda a los más necesitados, de ahí saca fuerzas para vivir.
Cuando llegó a Villa Juárez se dio cuenta que había cientos de personas con discapacidad, afirma que puede haber unos mil 500 minusválidos, por nacimiento, por accidentes y por enfermedad. Padeciendo el dolor ajeno, con ellos empezó una alianza de amistad y ayuda, y en poco tiempo formó una asociación llamada “Por una vida feliz”.
Te recomendamos leer:
¿Cómo referirse a una persona con discapacidad sin ofenderla?
Desde ahí ha gestionado sillas de ruedas, medicinas, intervenciones médicas, traslados, despensas alimenticias, incorporación al banco de alimentos, educación, trabajo y auxilio del DIF. Considera que nada es suficiente, porque son soluciones temporales mientras que la necesidad de los minusválidos crece con la edad.
De su experiencia con discapacitados en Villa Juárez dice con tristeza: “me duele el alma que no tienen que comer, unos se arrastran, otros no miran, otros ya no se levantan y otros podemos dar el paso”. Mi labor es trabajar con los que menos tienen, afirma con pasión.
Lleva dos décadas conociendo carencias y necesidades entre sus agremiados, de los 79 miembros que tenía su asociación ya murieron muchos. Cuenta con pesar que su amiga María Pomposa Félix, que era activa, ya no se levanta de la cama, no puede vivir sin oxígeno, tiene 3 tanques pero no puede pagar su relleno constantemente. De su necesidad advierte lo peor.
Lo que más le duele de los discapacitados en Villa Juárez es su falta de acceso a la salud (ella misma perdió su pensión y atención al IMSS), y la pobreza emocional que viven algunos padeciendo como víctimas sin hacer nada. Está muy agradecida con los apoyos que el presidente López Obrador ofreció a discapacitados “porque para muchos será el único sustento”, dice.
Rosalina se movía con un triciclo impulsado por una palanca que le hicieron los minusválidos de San Ignacio del proyecto PROJIMO, en él iba al centro de Villa Juárez a comprar provisiones y a visitar a sus compañeros. Con más de 60 años de edad ya no puede subirse, ahora se desplaza en una silla de ruedas.
Dice con orgullo que “es muy bonito vivir con limitantes, hay cosas que no se pueden hacer, pero la lucha se le hace”.
Rosalina Valenzuela sobrepasó la polio, superó la pobreza infantil, estudió derecho, adoptó y crió dos hijos, y lleva 20 años de lucha por los minusválidos. Es ejemplo de amor, capacidad y valía en Villa Juárez. Faltan manos para ayudar.