Ser maestro en tiempos de pandemia. La experiencia de una maestra de Costa Rica, Sinaloa ante la sufriente situación de alumnos enfermos de coronavirus.
Por: Mónica Peverell
Ser maestro en tiempos de pandemia. La experiencia de una maestra de Costa Rica, Sinaloa ante la sufriente situación de alumnos enfermos de coronavirus.
El 13 de marzo del 2020 fue nuestra tercera sesión de Consejo Técnico Escolar en la Escuela Secundaria Técnica No. 95, ubicada en un ejido de la sindicatura de Costa Rica; recuerdo perfectamente cómo escuchaba a la directora hablar sobre las fases en las que entraríamos, puesto que ya se había anunciado que en el estado habían ingresado personas con Covid-19.
Al escuchar sus primeras palabras la miré tan sorprendida pensando ¿Esto es en serio? ¿De verdad llegaremos a tanto? Ella hablaba de la fase 1, sin embargo mi cabeza daba un mundo de vueltas como queriendo no creer todo lo que estaba sucediendo…“En la fase 2, tendremos el contagio comunitario, comenzaremos a conocer gente enferma”.
“En la fase 3, sabremos ya de muchos conocidos que tuvieron la enfermedad y otros que han muerto”. Los maestros nos quedamos en silencio absoluto, inmóviles; estoy segura que todos pensaban lo mismo que yo, nunca imaginamos vivir lo que se avecinaba.
Posterior a los días comenzaron a surgir un sin fin de videos, anuncios, comunicados oficiales de Gobierno, sobre lo que se aproximaba, sobre cómo actuaríamos los trabajadores de la educación respecto al virus. Tan pronto salían los comunicados, surgían también las protestas de los padres y los funcionarios escolares. Como madre de familia estaba muy asustada.
Pocos días después el gobierno decidió enviar a casa a los estudiantes de todos los niveles, al personal administrativo y colectivos docentes de cualquier institución, privada o pública, se cerró cualquier negocio de primera necesidad, incluyendo parques, playas y centros de esparcimiento.
Nuestro país dio un “alto” tan acelerado que las consecuencias no se hicieron esperar. El viernes 20 de marzo fue la última vez que vi a mis estudiantes de tercer grado. Ese día solo di algunas indicaciones de qué hacer en casa con el refuerzo de la materia para no perder la secuencia que ya llevábamos. La primera indicación es que nos volveríamos a ver, y la esperanza de continuar el ciclo de forma presencial estaba viva como una llama.
Pasaron las primeras 2 semanas, y las instrucciones de qué hacer con los trabajos de los jóvenes eran siempre cambiantes, comenzó la frustración. La generación a la cual pertenezco se ha caracterizado por la movilidad diaria, la prisa, la visita a lugares de recreación y entretenimiento, como un ciclo social que debes cumplir por estar en el siglo XXI.
Pasando las primeras semanas comenzaron las crisis emocionales, querer huir, salir, regresar a los desayunos de cada fin de semana y al gimnasio, los pensamientos negativos que reposaban en lo más profundo de mi conciencia surgieron como surge una fuga de agua, imparable. Quería volver a la escuela, necesitaba ver a los estudiantes, salir el fin de semana, platicar con mis amigas, el simple hecho de recordar me hacía enojar y con ese sentimiento venían también las lágrimas, extrañaba tanto mi rutina.
En mi escuela se había tomado la decisión de crear grupos de WhatsApp para estar en contacto directo con los padres de familia y así fue, de repente todo era caos en mi celular, mensajes de estudiantes, padres de familia, asesores técnicos, los directores, supervisores, era tan confuso, ya nada se parecía a ser maestra.
Pronto volvimos a recibir el anuncio de que de nuevo debíamos cambiar la modalidad de trabajo con los alumnos, la situación de la comunidad donde se encuentra la institución se estaba volviendo muy tensa, los padres de los alumnos, que en su mayoría eran trabajadores de locales o jornaleros, perdieron su trabajo tan pronto cerraron los negocios, además había comenzado el brote en el ejido, ya comenzaban los enfermos de gravedad. De pronto una noticia me estremeció, un docente explicaba que había fallecido el hermano de una alumna.
El nudo en la garganta fue sofocado por unas cuantas lágrimas luego de saber el nombre de ella, definitivamente en mi asignatura ya no había espacio para lo superfluo, como una simple entrega de trabajos. Era hora de sobrevivir para la mayoría de los estudiantes, y a mucha cuesta lo había comprendido. Ya no importaba absolutamente nada que fuera relevante salvo mantenerse vivo.
Así como recibimos la noticia de alguien externo, también acogimos muy pronto un anuncio de la mamá de la joven, explicándonos el retraso de sus deberes. Definitivamente mis dolencias eran nada en comparación del abismo que la familia estaba enfrentando. Me metí a bañar y ahí me vino a la mente una gran idea; recientemente había terminado de ver una hermosa serie que incluía cartas, así que con cautela le envié un mensaje a mi alumna, platicamos un poco y le propuse el plan de enviarnos cartas cada tercer día. Ella accedió.
Para este entonces habían pasado ya más de mes y medio, estábamos en mayo, jamás había experimentado el sentimiento ansioso de querer salir huyendo por todo y por nada, sentía que me volvía loca, de vez en cuando probaba un poco de taquicardias y luego la desrealización, luego el llanto, luego la frustración, mi salud mental estaba en un hilo muy delgado, que no debía romperse o no habría vuelta atrás.
Tomé mi celular por inercia, y como por arte de magia, encontré en Facebook la sugerencia de un Gurú de la India que recomendaba un audio para bajar los niveles ansiosos y mejorar la calidad de vida en tiempos difíciles, sin saber nada sobre él, ni quien era, me envolví en la meditación, luego en sus conferencias diarias.
Su planteamiento sobre lo poco que conocemos de cómo cuidar nuestra conciencia, nuestros pensamientos y lo mucho que estamos inmersos en cosas tan ridículas me deslumbraron, me hicieron entender cuan simple y maravillosa es la vida como para preocuparse por cosas insignificantes.
Me aseguré de hacer algo por mí, encontré ayuda psicológica vía telefónica, e incluí la meditación en mi vida diaria, el ejercicio ya estaba, pero no era suficiente. Porque es imposible ayudar a los otros sin antes haberte ayudado a ti misma, es imposible, aunque muchas veces queramos llenar ese vacío existencial basándonos en las reacciones de los ajenos ante nuestros actos. Ese vacío jamás será llenado si no hemos decidido trabajarnos primero.
Esto repercutió de la forma más maravillosa que he podido imaginar, cuando respondía las cartas de mi alumna, lo hacía de manera en que me asegurara de que ella se sintiera mejor. Lo sé, porque cuando respondía la podía notar más tranquila, con más paz, nuestras cartas eran la esperanza, una de la otra.
Al cabo de un mes las cartas tuvieron que parar puesto que el ciclo escolar estaba terminando, era hora de llenar registros, promediar, enviar más evidencias y finalizar un ciclo que en realidad nunca terminó.
Para el 5 de junio teníamos ya varios alumnos infectados, algunos en tremenda pobreza otros refugiados en casas de familiares; estaban vivos y eso era lo único que importaba. La última indicación de mi directora fue sobre la flexibilidad de una estudiante, quien era la responsable de cuidar a su hermanita, pues toda su familia tenía la enfermedad.
Eran las 10 de la noche, le envié un pequeño mensaje y ella rápidamente me respondió, estaba desesperada pues su hermanita bebé ardía en fiebre. ¿Ya le pusiste paños fríos?, ¿le pusiste los que son necesarios?, pregunté. “Solo le di Motrin”, me respondió, “tiene 38.5° de temperatura”. De nuevo el nudo en la garganta.
“Por favor toma 3 toallas y ponle en el estómago debajo del ombligo, en la frente y si es posible en la espalda a la altura de ombligo. Si no le baja su temperatura es necesario que la bañes, no es opción es urgente. “Si, maestra” me respondió. Fue tan estremecedor, quería tomar mi auto e ir ayudarla, pero mi familia no merecía contraer el Covid. Terminé la plática con un por favor llámame si lo necesitas…
No pudimos despedirnos físicamente de nuestros estudiantes, quienes con tremenda tristeza se perdieron de su graduación, tan solo logramos ponerles una lona y enviarles un sencillo video de despedida.
La pandemia cambió el rumbo de todo un planeta, terminó con muchas vidas y cambió totalmente el sentido de la educación, no existió ni Montessori, ni el efecto Pigmalión, ni Vigotski, ni Piaget, todos y cada uno de los más reconocidos teóricos pedagogos… se fueron al carajo.
Nadie nos educó para ser maestros en medio de una pandemia, nadie nos dijo que todo lo aprendido empíricamente frente a grupo o con libros no servirían para nada, cuando hay una pandemia, cuando no se tiene la salud mental adecuada para atender a otros, en semejante situación. Te das cuenta, cuanta falta le ha hecho al sistema educativo y a nuestra cultura formar profesionales que sean humanos, que jamás una vida se debe minimizar. Sin duda el regreso deberá ser totalmente diferente.
Dejando muy por debajo los “aprendizajes esperados” que importante será la salud física, mental y emocional para nuestra nueva normalidad como personas y docentes. Volveremos a empezar, otra generación viene.
Narración de Maestra Mónica Picos Salazar
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