“Perdí 5 años de mi vida y a mi abuela, cegado por el cristal” ¿Cómo es que dicen que no pasa nada?
Por: Juan Francisco Sotomayor
Oscar Mendoza tomó la tarjeta bancaria de su abuela. Retiró 200 pesos para comprar la dosis de su adicción. “Luego fui por otros 200 y 300 y 200 y más. Y de repente fui al cajero ya no me dio dinero. Las malas amistades lo llevaron a perder su juventud y a su abuela.
- De niño Oscar tenía un futuro brillante, como ya lo tienen sus compañeros de escuela, siendo él de muy buenas calificaciones. Pero todo cambió a sus 11 años, cuando el alcohol entró en su vida.
- Lo que comenzó como una aventura de adolescente con sus primos y amigos se convirtió en una cadena de dependencia que le costó cinco años de su vida, el cariño de su abuela y, en sus propias palabras, su juventud.
- A los 15 años, Oscar probó el cristal por primera vez en una noche de fiesta con sus primos y amigos mayores. "Me la pintaron como una maravilla que me quitaría la borrachera y me haría pasarla bien", recuerda.
Y así fue. Esa primera dosis marcó el inicio de una vorágine que lo llevó a consumir dosis de manera constante, cada vez en mayor cantidad. Poco a poco, el cristal tomó el control total de su vida, sus pensamientos y hasta su relación con su familia.
“Me decía a mí mismo que la controlaba, que la droga no me dominaría. Pero estaba completamente equivocado”, admite ahora.
A Oscar Mendoza no le faltaba nada, fue criado por sus abuelos en un hogar amoroso, donde él era el centro de la familia. Confiesa que sus abuelos lo criaron de una manera ejemplar con finas atenciones. En un tiempo lo llevaron a vivir a Estados Unidos y tenía de todo.
Pero el reencuentro con sus primos más grandes, cuando estaba terminando la primaria, lo llevaron a consumir cerveza. Con ellos empezó en la dependencia del alcohol. Y ya a los 15 años entró de lleno al consumo de metanfetamina, la dependencia al cristal lo sacó de la realidad.
Pronto, el dinero que le daba su abuela para los fines de semana y para pequeños gastos no era suficiente, y Oscar empezó a recurrir a medidas desesperadas. En un intento por satisfacer su adicción, llegó a robarle a su abuela todo lo que tenía a su alcance, a pesar de que ella había sido su principal cuidadora.
En una ocasión, aprovechó un descuido para sustraerle la tarjeta bancaria donde tenía el depósito de su pensión.
Con 200 pesos al inicio, después otros 300, y así hasta que el cajero dejó de darle dinero. La dependencia de Oscar se había tragado la pensión completa de su abuela, dejándola sin sustento para el mes.
“Un día me llamó desde la tienda, llorando porque su tarjeta no pasaba y no tenía cómo pagar el mandado. Me preguntó si había tomado su dinero, y yo le mentí, le dije que no”.
Oscar relata que la relación con su abuela se fue tornando insostenible. Ella intentaba ayudarle a toda costa, a veces comprándole la dosis para que no se viera obligado a salir a buscarla, pero cada intento de apoyo era inútil frente al control que la droga tenía sobre él.
Él tenía una ansiedad por drogarse cada vez más y ella una presión mental por no perderlo. La codependencia fue destruyendo a ambos. Un día Oscar se vio comprometido en un problema donde podía perder la vida y decidió retirarse de la ciudad dejando la casa.
Debido a que en su maleta no había echado pantalones se regresó por ellos. Con súplicas y lágrimas la abuela le pidió que se quedara a dormir una noche más. Al despertar ya lo estaban esperando para llevarlo a un centro de rehabilitación. Así comenzó la ayuda.
En este punto de su vida, Oscar asegura que lo que más le pesa no son solo los años de juventud que perdió o los amigos que dejaron atrás.
“Lo que más me duele es haber enfermado a mi abuela, haberle causado tanto sufrimiento, y que, a pesar de todo, ella siempre me defendió y buscó ayudarme”, dice con tristeza.
Esta primera rehabilitación no fue suficiente, pues al salir volvió a recaer. Sin embargo, su abuela nunca dejó de apoyarlo, llevándolo finalmente a hacerle una promesa antes de que falleciera: no volvería a consumir mientras ella viviera.
Esa promesa, se convirtió en su punto de inflexión.
Hoy, Oscar lleva un tiempo limpio y comparte su historia en un esfuerzo por advertir a otros sobre los riesgos de la adicción. Ha comprendido que su vida y la de su familia giraban completamente en torno a una sustancia.
Su testimonio, crudo y doloroso, deja en claro que detrás de cada dosis hay una historia de sufrimiento que afecta no solo al adicto, sino también a quienes lo rodean.
Oscar Mendoza es hoy una prueba de que, aunque el cristal destruyó su juventud, algunas veces habrá una segunda oportunidad. Si te dicen que no pasa nada, no creas las palabras de un adicto.