El rico pan de Amalia en Santa Fe: 40 años de esfuerzo y sabor en Culiacán

A sus 64 años de edad, Amalia madruga diariamente para hornear el rico pan que vende por el bulevar Santa Fe, en Culiacán

Por: Francisco Castro

En el fraccionamiento Rincón Real, en en el sector Santa Fe, Culiacán, cada amanecer es una promesa de trabajo y dedicación para Amalia Félix Jiménez, una mujer que, a sus 64 años, sigue amasando más que pan: historias de superación.

Con más de cuatro décadas en el oficio y 23 años viviendo en Culiacán, Amalia ha hecho del pan no solo su forma de vida, sino también un símbolo de amor y esfuerzo.


Todo comenzó en Badiraguato, su tierra natal, cuando sus ocho hijos eran niños y los recursos apenas alcanzaban para satisfacer los antojos de la familia.

“Mamá, haga pan”, le pidió uno de sus pequeños, y aunque al principio dudó, la iniciativa de sus hijos la convenció. "Pidieron harina fiada, juntaron leña y no me dejaron opción", recuerda entre risas. Así, sin saberlo, Amalia empezó a forjar un legado que la acompañaría por siempre.

El primer pan que salió de su horno improvisado fue de piloncillo. Aunque imperfecto, cumplió su propósito: alimentar y alegrar a la familia. Ese día, además de satisfacer a sus hijos, vendió 15 piezas y pagó las deudas iniciales.

De un antojo a una forma de vida

Poco a poco, el pan dejó de ser solo un alimento para convertirse en un recurso con el que podía sostener a sus hijos, permitirles comprar un helado o unas galletas.

“Cuando muy hijos eran unos niños, solo nos alcanzaba para darle un peso para un helado; ya cuando empecé a hacer pan y ellos a venderlos, podíamos darles también para sus galletas”, recuerda.

El tiempo pasó, y con la pérdida de su esposo, Amalia decidió buscar un empleo, pero pronto entendió que el pan era su camino. “Yo sé hacer pan, puedo trabajar a mi ritmo”, se dijo.

Amalia es un pilar para su mamá

Y aunque sus hijos en Estados Unidos le pidieron que dejara el trabajo, ella se mantuvo firme. “Necesitaba sentirme útil”, explica, además de ganar unos pesos para seguir ayudando a su madre, de 85 años, y a su hermano con síndrome de Down.

Cada día, Amalia se levanta a las cuatro de la mañana. Amasa con destreza, hornea con amor y, entre las 9 y las 10, se traslada a su punto de venta ubicado por el bulevar Orquídeas.

Frente a la Ley Expres de Lomas del Humaya, Amalia termina la venta alrededor de las 3 de la tarde, todos los días.

Entre las especialidades que ofrece están los panes con piloncillo, calabaza, cajeta y queso filadelfia, así como conchas y pan pizza. Todo a precios accesibles, porque para Amalia, el pan es más que un negocio: es una forma de compartir su pasión con la comunidad.

Además, en casa tiene un pequeño huerto donde cultiva calabazas, tomates y cilantro. Aunque a veces, afirma, le roban lo que siembra, no deja de plantar. Su filosofía es clara: “Mientras pueda trabajar, sigo adelante”.

Hoy, Amalia sigue horneando, no solo para subsistir, sino para vivir plenamente. Su historia es un recordatorio de que, con voluntad y amor, incluso un sencillo pan puede convertirse en un sustento para el cuerpo y el alma. 

Con el pan se acabaron sus preocupaciones mayores. Su producto es un agasajo para los clientes, porque “a quien le dan pan que llore”.