Detrás de cada ladrillo hecho a mano hay historias de esfuerzo y comunidad como las de Severo Diarte y Dionicio Arbaio, que sostienen una tradición en Culiacán
Por: Francisco Castro
En Loma de Rodriguera, al norte de Culiacán, persiste un oficio artesanal que ha desafiado el tiempo y las adversidades: la elaboración de ladrillos.
Dionicio Arbaio y Severo Diarte son dos de los más veteranos representantes de esta tradición, cuyos relatos reflejan la historia, el esfuerzo y la pasión que implica moldear el barro con las manos, el fuego y el alma.
Dionicio Arbaio: Cinco décadas en el oficio
Dionicio Arbaio, a sus 65 años, se considera un heredero de este noble oficio. Aprendió a fabricar ladrillos a los 15 años, cuando el panorama de Loma de Rodriguera era muy distinto.
“A mediados de los setentas, esta zona tenía grandes paredones de barrial colorado que utilizábamos como materia prima. Con el tiempo, estos bancos se agotaron debido a la explotación y al desarrollo inmobiliario”, recuerda Dionicio en entrevista para Tus Buenas Noticias.
Hoy, los ladrilleros obtienen el barro (tierra lama) en lugares como el Rancho Agua Blanca y Barrio de San Juan, en las cercanías de Mojolo, a un costo promedio de mil pesos por viaje.
Dionicio explica que la mezcla de barrial colorado, un poco de barrial negro, estiércol de caballo o aserrín y agua se trabaja hasta formar un barro homogéneo.
Con moldes de madera, se da forma a los ladrillos, que luego pasan por un proceso de secado al sol antes de ser cocidos en hornos construidos con los mismos tabiques.
La jornada de Dionicio comienza a las 5 de la mañana y suele terminar antes del mediodía, para evitar las horas más intensas del sol. Este oficio le permitió sacar adelante a sus cinco hijos, quienes hoy ven en él un ejemplo de trabajo y perseverancia.
Aunque el periodo de lluvias interrumpe la producción, Dionicio asegura que el ladrillo sigue siendo un material esencial en la construcción, a pesar de la irrupción de nuevos materiales para edificaciones modernas.
Severo Diarte: La curiosidad que se convirtió en tradición
Severo Diarte, de 66 años, comenzó en este oficio a los 13, no por herencia familiar, sino por curiosidad. “Aprendí con don Chuy Aispro, esposo de mi vecina Amelia Medrano,” cuenta. Esa curiosidad inicial se transformó en una vocación de vida, permitiéndole mantener a su esposa María de la Luz y a sus hijos.
Hoy, Severo trabaja junto a dos colaboradores: Pablo Ávila y Gilberto Zataráin, quienes también aprendieron este arte desde niños. En su espacio de trabajo, los ladrillos se cocinan en hornos formados por lotes que pueden alcanzar los 20 mil tabiques, un proceso que toma entre 16 y 24 horas dependiendo de la cantidad.
“Usamos compresores para avivar las llamas y distribuir mejor el calor dentro del horno, una mejora que introdujimos hace tres años”, explica Severo para Tus Buenas Noticias.
Sin embargo, el trabajo no siempre es constante. “Este oficio tiene sus altibajos. A veces hay mucha demanda, otras veces la gente no construye tanto. Pero no podemos parar,” comenta.
El legado cultural de los ladrilleros
La elaboración de ladrillos es una práctica milenaria que se remonta al antiguo Egipto, alrededor del año 10,000 a.C. En Loma de Rodriguera, esta actividad es más que un sustento económico, es una herencia cultural que se transmite de generación en generación, con historias de esfuerzo, aprendizaje y orgullo detrás de cada tabique.
El proceso, aunque artesanal, ha evolucionado con el tiempo. La introducción de herramientas como los compresores ha optimizado la cocción, permitiendo una producción más eficiente. No obstante, los principios básicos se mantienen intactos: el uso del barro, el fuego con leña y la mano de obra humana.
Los desafíos del oficio
A pesar de su importancia, los ladrilleros enfrentan numerosos desafíos: la escasez de materia prima en la zona, el impacto del clima y la competencia con materiales industriales.
Además, el oficio requiere un esfuerzo físico considerable, lo que dificulta su continuidad para las generaciones más jóvenes.
Sin embargo, tanto Dionicio como Severo coinciden en que el ladrillo sigue siendo indispensable en la construcción. Su durabilidad, resistencia y capacidad de adaptación a diferentes diseños arquitectónicos lo convierten en un material de alta demanda.
El impacto de su labor va más allá de Loma de Rodriguera. Cada ladrillo que producen forma parte de hogares, escuelas y edificios que albergan sueños e historias.
Un llamado a valorar lo artesanal
En un mundo cada vez más industrializado, oficios como el de los ladrilleros merecen reconocimiento y apoyo. Su trabajo no solo sostiene una industria clave como la de la construcción, también conserva una tradición que es parte del patrimonio cultural de México.
Historias como las de Dionicio y Severo, ladrilleros de Loma de Rodriguera, nos recuerdan que, a pesar de los cambios y los desafíos, el trabajo honesto y artesanal sigue siendo esencial para construir el futuro.