Su amor por la danza y su compromiso con la educación la han convertido en la pieza clave de la formación artística de muchos jóvenes.
Por: Jacqueline Sánchez Osuna
Para María Elena Aguirre Alarcón, la danza no es solo una disciplina, es una forma de vida.
Con más de 30 años enseñando ballet, ha visto pasar generaciones de alumnos, muchos de los cuales han encontrado en sus clases más que pasos y técnica: han descubierto confianza, disciplina y una pasión que los acompaña para siempre.
El ballet le cambió la vida
"Cuando descubrí que me gustaba dar clases de ballet, dejé todo por ello", dice con la seguridad de quien ha encontrado su propósito.
Desde entonces, su vida ha girado en torno a la enseñanza y al arte, convencida de que el ballet no solo se aprende, sino que transforma vidas.
Su historia con el movimiento comenzó desde niña, primero con la gimnasia. "Yo nunca he estado quieta, desde siempre he sido muy inquieta", recuerda.
Pero un accidente la hizo cambiar de rumbo. "Me fracturé el brazo y ya no volví a la gimnasia".
Un giro a su estilo de vida
Fue entonces cuando la natación apareció en su vida, aunque al inicio no parecía que fuera a destacar. "Un maestro me dijo que nunca aprendería a nadar", cuenta para Tus Buenas Noticias.
Lejos de desmotivarse, tomó el comentario como un reto y, a los 12 años, ganó su primera competencia.
La danza la atrapó desde el principio
A pesar de haber incursionado en varios deportes, fue la danza la que la atrapó por completo.
Con el tiempo, se certificó como maestra en la Royal Academy of Dance, un logro que requirió dedicación, sacrificios y una determinación inquebrantable.
"He estudiado todo lo que se me ha antojado", dice con una sonrisa, reflejando su inagotable deseo de aprender.
Una actitud y disciplina férrea
Esa misma actitud es la que inculca en sus alumnos, recordándoles que el ballet es más que una serie de pasos, es una disciplina que moldea el carácter y fortalece la confianza.
"He visto a mis alumnos crecer, no solo como bailarines, sino como personas", afirma con emoción.
Su enfoque va más allá de la técnica; busca que cada estudiante descubra su potencial y aprenda a creer en sí mismo. "Nunca he dejado de aprender, y eso es lo que quiero transmitirles", asegura con una voz cargada de convicción.
La enseñanza es más que perfección
Para ella, la enseñanza no se trata solo de perfeccionar una coreografía, sino de formar personas con valores, con disciplina y con la capacidad de superar cualquier obstáculo.
A lo largo de los años, María Elena ha sido testigo de innumerables historias de esfuerzo y superación.
Niñas y niños que han llegado inseguros, sin saber si podrán hacerlo, pero que con su guía han encontrado confianza en sí mismos. "Cada vez que veo a un alumno triunfar, siento que he cumplido mi misión", dice con orgullo.
La satisfacción llega al ver triunfar a sus alumnos
La satisfacción de verla en el escenario, de notar cómo crecen, cómo se desenvuelven, es para ella la mayor recompensa.
Más que una maestra, María Elena es una mentora. Ha acompañado a sus alumnos en cada etapa, los ha impulsado a seguir adelante cuando han querido rendirse y los ha celebrado cuando han alcanzado sus metas.
"El ballet es un viaje, no un destino", asegura. Y en ese viaje, ella ha sido la guía que ha ayudado a muchos a descubrir su propio camino.
Una herencia invaluable
Su herencia no está solo en los escenarios o en los salones de clases, sino en cada uno de los alumnos que han pasado por su enseñanza.
Muchos de ellos han continuado su formación en academias de prestigio, otros han encontrado en la danza una pasión que los acompaña en su vida diaria, y algunos más han seguido sus pasos como docentes, llevando su enseñanza a nuevas generaciones.
La miss María Elena es un ejemplo de que la pasión y la disciplina pueden cambiar vidas, y su labor seguirá dejando huella en todos aquellos que han tenido el privilegio de aprender con ella. Porque según la miss, bailar, es soñar con los pies.