Chema y Claudia convirtieron la adversidad en un negocio familiar que hoy endulza mañanas y siembra esperanza en la Díaz Ordaz
Por: Francisco Castro
En una pequeña esquina de la colonia Díaz Ordaz se gestó una historia de coraje y dulzura. En plena pandemia del 2020, cuando muchos negocios cerraban y el futuro se veía borroso, José María Alvarado y Claudia Conde decidieron darle sabor a la adversidad.
Así nació Naranja Dulce, por el Callejón Sexto entre Hilario Medina y La 20, un negocio familiar que comenzó con jugos y hoy ofrece desayunos completos y un modelo de servicio basado en la confianza y la cercanía con sus clientes.
La pandemia le cambió la vida a Chema
José María, mejor conocido como "Chema", tenía un empleo en una escuela de negocios. Cuando la crisis sanitaria obligó al cierre de muchas instituciones, fue parte del personal recortado.
“Lo operativo fue lo primero que se fue. De un día a otro me quedé sin empleo”, recuerda. Sin embargo, su espíritu emprendedor y el respaldo de Claudia le dieron un nuevo rumbo a su historia.
La pareja ya había intentado poner un puesto en 2018, pero lo pausaron cuando Chema consiguió el empleo. El desempleo repentino los llevó a retomar la idea. “Volvimos con una carpa económica, un exprimidor, una mesa, y comenzamos vendiendo jugo de naranja, tortas de cochinita y sándwiches de jamón”, cuenta Claudia.
Desde una sencilla banqueta, la gente comenzó a llegar, pidiendo más variedad: jugos verdes, de zanahoria, de toronja... y también desayunos.
Naranja Dulce se adaptó a las necesidades del cliente
Una clienta ocasional fue clave en su evolución. “Se sentó en nuestra mesa y pidió desayuno y de ahí surgió la idea de poner mesas y sillas y ampliar el menú”, relata Claudia.
Hoy, el servicio de 'ordene y recoja' es su fuerte. “Nosotros desde el inicio promovimos que los clientes nos mandaran mensaje con sus pedidos. Así solo pasan y recogen”, dice Chema. Esta modalidad, ideal para trabajadores y estudiantes, les ha permitido consolidar una clientela fiel.
Pero no todo ha sido fácil. “Este negocio nos ha costado muchas lágrimas”, admite Chema. “No saber si al día siguiente vas a vender, tener que levantarte a las cinco de la mañana, reinvertir aunque vendas poco...”.
Aun así, la satisfacción es profunda. “Es nuestro, es para nuestros hijos, y nos da el tiempo de estar presentes en su vida”, agrega Claudia.
Ambos destacan que el negocio les ha permitido asistir a eventos escolares, descansar los domingos en familia, y cuidar el entorno: Chema limpia la calle y ha sembrado árboles alrededor del local.
Sueñan con expandir el negocio
Actualmente, están considerando extender su horario para ofrecer comidas. Sueñan con convertir Naranja Dulce en una empresa que no solo sostenga a su familia, sino que dé empleo a otras personas.
“Así como otros empresarios nos han apoyado, queremos también ayudar en un futuro”, dice Chema, quien además estudia en línea la carrera de administración de negocios y canta en iglesias.
¿Y el nombre? “Es por la canción tradicional de ‘naranja dulce, limón partido’... algo que te lleva a la infancia, al calor del hogar”, explica Chema con una sonrisa.
Y así, entre sabores cítricos y sueños compartidos, este negocio no solo ofrece jugos: ofrece una lección de resiliencia, trabajo en equipo y amor familiar.