Es imposible negar que unos pocos tienen más ventajas que otros, por lo tanto, la conciencia de la responsabilidad que esto implica es quizá lo que se necesita para impulsar esa nueva realidad racional y humana, justa para todas las personas que coexistimos y nos interrelacionamos en una sociedad
Por: Francisco Cuamea
Vivimos una época en la que es urgente y posible escribir el proyecto de la sociedad del futuro inmediato sobre fundamentos socioambientales y evidencia técnica, y son los privilegiados quienes pueden hacerlo.
La conciencia ética del privilegio es quizá lo que se necesita para impulsar esa nueva realidad racional y humana, justa para todas las personas que coexistimos y nos interrelacionamos en una sociedad.
Por lo tanto, requerimos consensuar el fin de la sociedad, su propósito. Preguntarnos, ¿para qué es la sociedad? Entonces, alinear los medios y acciones necesarios para conseguirlo. Porque no todos los medios ni todas las acciones para acabar con la pobreza o detener la devastación ambiental son éticos, como por ejemplo la concentración del poder político en una oligarquía.
Este ejercicio necesariamente tiene que realizarse con base técnica para ahuyentar dogmas ideológicos y religiosos. Es decir, esas verdades que tomamos como verdaderas por sí mismas, sin que en la realidad exista evidencia de sus afirmaciones. Es una condición democrática.
Pero no todos tenemos el poder para una empresa de transformación social.
Partamos primero de dos hechos verdaderos y verificables: la desigualdad y la semántica en torno al privilegio.
El sufrimiento evitable: la desigualdad
La desigualdad es un hecho. Ahí está y lo sufren millones de personas en el planeta. Para 2021, el 1 por ciento de la población mundial poseían el 19 por ciento del ingreso y el 32 por ciento de la riqueza del orbe.
En el otro extremo, la mitad de la población del mundo poseía el 8.5 del ingreso y el 2 por ciento de la riqueza, de acuerdo con el Informe sobre la Desigualdad Global 2022.
En México la historia es más aguda. Nuestro país es uno de los más desiguales del mundo.
“A diferencia de las grandes economías europeas, asiáticas y norteamericanas, los datos disponibles sugieren que México no experimentó una fuerte reducción de la desigualdad durante el siglo XX. De hecho, la desigualdad de ingresos en México ha sido extrema a lo largo de los siglos pasados y presente”, describe el informe.
“La participación en el ingreso del 10 por ciento superior ha oscilado alrededor del 55-60 por ciento durante ese periodo, mientras que el 50 por ciento inferior se ha mantenido constante en alrededor del 8-10 por ciento, lo que convierte a México en uno de los países más desiguales del mundo”.
Para 2021, por ejemplo, la mitad de la población mexicana no sólo no mejoró su situación, sino que perdió el 0.2 por ciento de su riqueza.
Esos números representan personas de carne y hueso cuyo logro máximo de su día a día es conseguir comida, medicinas o educación para sus hijos y que en marzo no tuvieron ni 2 mil pesos para superar el umbral de la pobreza extrema urbana, o 4 mil pesos, que marcaron el umbral de la pobreza general urbana.
Son personas que padecen el sufrimiento evitable mencionado por Agustín Coppel Luken en su mensaje inaugural del Summit 2022 convocado por la organización civil Foro Mar de Cortés, el pasado noviembre.
“Queremos establecer que la prosperidad de unos no puede ir en detrimento del sufrimiento evitable de otros”, dijo el empresario y presidente honorario de la organización ante una audiencia de liderazgos de Baja California, Baja California Sur, Nayarit, Sinaloa y Sonora, principalmente.
“Ese es el sentido de nuestro propósito, hacernos responsables de lo posible y aportarlo para el propósito común, poner nuestros talentos y capacidades en conjunto con las de ustedes que están aquí para hacer realidad la prosperidad, prosperidad colectiva del Mar de Cortés”.
Un aspecto que considerar para esa sociedad del futuro inmediato, entonces, tendría que ser el diseño, implementación ágil (no burocrática) y permanente de los fundamentos para una vida sin ese sufrimiento evitable.
Un ejemplo simple y concreto muy local sería diseñar la infraestructura y trazabilidad necesaria para que todo el cultivo que se tira por falta de precio en el mercado llegue a las personas que necesitan comida.
Solamente es un ejemplo de muchas otras cosas que pueden hacerse en el paradigma de la circularidad.
El privilegio
Así como la desigualdad es un hecho, por lo tanto, el privilegio también lo es.
Antes aclaramos dos cosas. La primera es asentar que el propósito de este texto es establecer que aquí y ahora hay un problema que requiere solución. Ese problema es el diseño de la sociedad del futuro inmediato. No hay cabida para dogmas ideológicos ni de una ni de otra corriente. Partimos de una realidad que merece ser entendida desde la pluralidad de visiones y evidencia técnica.
La segunda aclaración es decir que este texto no va dirigido a quienes obtuvieron sus privilegios por el sistema de compadres, es decir, por medio de la corrupción. Eso es un delito que debe prevenirse, investigarse, sancionarse y no repetirse.
Dicho esto, sigamos adelante.
Más allá de las denostaciones semánticas y cargas negativas tan en boga hoy contra el privilegio, lo cierto es que, en los hechos, en la vida real, es una ventaja. Quien es privilegiado tiene ventajas sobre otros que no lo son.
Como vimos en el caso mexicano de la desigualdad, el 10 por ciento de la población obtiene el 54 por ciento del ingreso y posee prácticamente el 80 por ciento de la riqueza.
Es imposible negar, pues, que unos pocos tienen muchas más ventajas económicas que otros. Ahora bien, veamos el tema con matices. Con altos ingresos y la acumulación de riqueza pueden obtenerse privilegios, pero no todo el privilegio es de naturaleza millonaria.
El estudiante que tiene la capacidad y disciplina para conseguir una beca académica tiene ventaja sobre el que no. El niño que se desarrolla en una familia sana tendrá la ventaja de la estabilidad emocional sobre otro que viva en una familia disfuncional. Aquel que tenga un automóvil para desplazarse, así sea una carcacha, tendrá ventaja sobre el que sólo dispone de sus piernas para transportarse. La lideresa de colonia que tiene contacto con políticos aventaja a sus vecinos que no lo tienen. La sociedad civil que se organiza supera a la ciudadanía dispersa.
Entonces, tratándose del privilegio no hablamos solamente de Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego o Andrés Manuel López Obrador (quien también es un privilegiado), sino que privilegiada es toda aquella persona o grupo de personas que tiene una ventaja que le da poder sobre otros en su comunidad, ya sea por su posición social, económica, racial, de género, intelectual, política, orientación sexual o cualquier otra característica.
Siendo así, la mirada está sobre el uso que se le da a ese privilegio.
La ética del privilegio
Sabemos que hay una aguda brecha de desigualdad. Conocemos que nuestras maneras de producir han desestabilizado el planeta y que, con ello, nosotros mismos ponemos en peligro nuestra permanencia como especie. Como coloquialmente se dice, nos estamos pegando un tiro en el pie.
La pregunta del millón es: ¿por qué predominan las mismas tendencias autodestructivas? ¿Por qué no se acelera el cambio hacia una forma sostenible de vida que empiece por la cimentación los fundamentos sociales? ¿Por qué nos seguimos pegando tiros en el pie?
De entre las posibles respuestas que puedan resultar, una de ellas podrá ser que las inercias se romperán cuando seamos conscientes de la responsabilidad con los demás integrantes de nuestra comunidad, implícita en el privilegio.
Y es que, ante la realidad, las imágenes y datos socioambientales de los que hoy disponemos y ante las soluciones innovadoras que se están desarrollando, la responsabilidad del privilegio ya no puede ser negada o ignorada.
Quien tiene privilegio tiene ventaja. Quien tiene ventaja tiene poder. El poder es poder hacer. ¿Qué tanto poder tienes? Hasta donde te alcance para actuar, para influir, persuadir, para incidir en cambios, y hasta donde seas capaz de resistir el poder de otro.
Luego entonces, el privilegio permite la acción más allá de donde otros no pueden.
Jean Paul Sartre describía la estructura de la acción ética como la relación entre motivo (o móvil)-intención-acto-fin. Y es la finalidad la que le da sentido al resto de la estructura, por decirlo de algún modo.
“El fin, al iluminar el mundo, es un estado del mundo que ha de ser logrado”, escribió Sartre.
Si estamos de acuerdo en que el fin es diseñar la sociedad del futuro inmediato, entonces significa que estamos comprometidos en esa intención. Actuaremos para que esa sociedad sea una realidad.
Si, por el contrario, la intención es apoyar a quien necesita comida, donamos despensas, entonces el fin no es cambiar el estado de cosas para que no haya hambre, sino que es ayudar a que una persona pueda comer uno o más días. Lo cual es loable, aunque no es la sociedad que “ha de ser lograda”.
La ética del privilegio también implica reconsiderar el uso que le damos a esa ventaja que nos empodera, a la luz de la responsabilidad y la empatía, así como frente la realidad de las urgencias socioambientales.
Se trata de usar el poder dado por el privilegio para crear los medios necesarios que lleven a la realización de esa sociedad del futuro inmediato basada en el fundamento social y en pleno respeto a la naturaleza.
Y no todos tenemos el poder para ello. Sólo aquellas personas con más ventajas ya sean económicas, de oportunidades, de conocimientos. Sin embargo, tener los medios gracias a las ventajas no es tener la verdad. Se requiere la pluralidad.
Los motivos están ahí, y son la crisis ambiental y la desigualdad. Lo que no vemos son las motivaciones. Estas derivarán de un reconocimiento de la responsabilidad.