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Importante producción de Perlas en Bacochibampo, en Guaymas México.

La producción de perlas en la bahía de Bacochibampo, en Guaymas, empezó hace 18 años como un proyecto estudiantil y ni Douglas McLaurin ni Manuel Nava, ni tampoco Enrique Arizmendi, se imaginaban lo que obtendrían al abrir la primera ostra aquel verano de 1993.

10 febrero, 2016
Importante producción de Perlas en Bacochibampo, en Guaymas México.
Importante producción de Perlas en Bacochibampo, en Guaymas México.

Importante producción de Perlas

La producción de perlas en la bahía de Bacochibampo, en Guaymas, empezó hace 18 años como un proyecto estudiantil y ni Douglas McLaurin ni Manuel Nava, ni tampoco Enrique Arizmendi, se imaginaban lo que obtendrían al abrir la primera ostra aquel verano de 1993.

Los tres eran muy jóvenes: McLaurin y Arizmendi tenían 21 años y Nava había cumplido los 23. Presumían su título de ingenieros bioquímicos y su reciente ingreso a la maestría, en el Tecnológico de Monterrey, en el área conocida como Centro de Conservación y Aprovechamiento de Recursos Naturales, donde ahora tienen su empresa Perlas del Mar de Cortez.

¿Pero qué motivó a estos jóvenes a lanzarse con un proyecto de gran alcance como éste? La mayoría de los muchachos a esa edad piensan en muchas cosas, excepto en producir joyas y llamar la atención de famosos y ricos alrededor del mundo.

 

En 1992, con una naciente idea en la cabeza, encontraron un artículo en alguna revista en el que se afirmaba que tiempo atrás, en los albores del siglo XX, México tuvo la primera granja de producción de perlas en el mundo.

Esa granja estaba en La Paz, Baja California Sur, en un lugar conocido como Isla del Espíritu Santo, y era propiedad de Gastón Vives, un poderoso hombre descendiente de franceses y estadounidenses que vivió en esa parte y cultivó las primeras perlas. Por su belleza excepcional, se colocaron inmediatamente en varias partes del mundo.

“Gastón Vives tenía hasta diez millones de ostras y mil empleados. Era un portento tecnológico de su tiempo, pero la granja fue destruida en 1914 cuando llegaron las tropas constitucionalistas de la Revolución Mexicana. Después ya no se hizo nada y los bancos que nos quedaban se nos vinieron abajo después de 400 años de sobreexplotación”, comenta McLaurin.

Esa era la idea: revivir esta historia, pero ahora en Guaymas. Tenían todo: conocimientos por su especialidad en Recursos Acuáticos, una bahía limpia y agradable, instalaciones apropiadas en el Tec de Monterrey para hacer las primeras pruebas y, lo más importante, patrocinadores que financiaron el proyecto.

“Empezamos a hacer investigaciones y experimentos muy modestos, sin apoyo de ningún tipo, y cuando sacamos los primeros resultados se los presentamos al doctor Rangel Sostmann en una ocasión que vino a Guaymas y le pareció excelente. Nos dieron dinero, contratamos empleados, construimos las palapas, tuvimos dinero para las boyas y el equipo de cultivo, que son bastante caros”, recuerda.

El doctor Rafael Rangel Sostmann fue rector del Tecnológico de Monterrey hasta junio de 2010 y también fue el primero que confió en esos tres jóvenes de ideas inquietas.

 

Un año después, en 1993, comenzaron a experimentar.

Lo primero fue constatar el mito de que una perla se crea a partir de un grano de arena que se introduce en la ostra.

“Eso es falso. Es más fácil sacarte la lotería antes de que eso ocurra. Nuestros primeros experimentos fueron con arena y le echábamos cucharadas a la ostra, pero como lo que abunda en el mar es arena, es lógico que la ostra la desecha, se limpia sola”, aclara McLaurin. Después compraron en Estados Unidos las esferas de mejillón de agua dulce que hasta hoy siguen implantando a las ostras.

“Después de ocho meses de intento logramos las primeras perlas. En ese momento las perlas no tenían calidad y nosotros lo sabíamos, era una calidad baja. Después, cuando tuvimos un método para la reproducción nos propusimos hacer, ahora sí, perlas de calidad.

“No sabíamos exactamente qué esperar al abrir las ostras. Muchas fueron sorpresas y casi siempre fueron positivas. No entendíamos por qué no nos salían redondas, pero al final de cuentas decíamos que era algo bonito. Teníamos una idea de los colores que teníamos que esperar, pero no nos imaginábamos esto”, comenta.

Rara vez obtenían perlas perfectamente redondas. Producían medias perlas con mayor frecuencia y algunas con formas asimétricas. Eso no los desmotivó y siguieron intentando.

 

Con escasos conocimientos sobre las perlas, McLaurin, Nava y Arizmendi comenzaron a empaparse de información y viajaron a los países donde sabían que había exposiciones de joyas.

Conocieron perlas de Haití, China, Japón y Australia. Descubrieron su baja calidad. Algunas tenían sólo una capa de nácar por encima de la esfera y eran pintadas a mano con colores artificiales. Las comparaban con las perlas raras que producían en su granja de Guaymas, esas sin forma, de colores irisados, raramente perfectas.

“Lo que pensamos fue aprovechar esa diferencia que tenían nuestras perlas para ofrecerlas como algo nuevo. En un show de joyeros, el más grande del mundo que se realiza en Tucson, se nos abrió el panorama porque no sabíamos mucho de perlas, realmente. Yo creía que todas eran blancas y redondas, pero yendo a esos shows nos quedamos expuestos a varios tipos de perlas, vimos que había perlas de colores naturales y falsas, unas pequeñas y otras enormes”, recuerda.

Así fue como comenzaron a producir las perlas y a elevar sus estándares de calidad. En los primeros años tenían 25 mil ejemplares, pero actualmente sólo son 4 mil porque eligen las mejores y el resto las devuelven al mar para que las bacterias disuelvan su nácar y lo aprovechen otras especies.

“Los estándares de calidad de cada granjero varían de lugar. Por ejemplo, los japoneses o chinos pueden decir que de cada 100 perlas que producen las 100 se cosechan, pero nosotros tenemos los estándares más altos del mundo y nosotros decimos que sólo entre 15 y 20 por ciento son perlas comercializables.

“En realidad la mayoría de los productores de perlas mantienen estándares paupérrimos, pero nosotros quisimos tomar los índices de calidad antiguos, los más altos”, afirma.

Con las perlas de Guaymas ocurre algo interesante: la gente que no conoce sobre estas gemas las ve y afirma que no son ni perlas ni nada, pero cuando un experto las ve se da cuenta de que no sólo sí son perlas, sino que además son de las mejores. Esto es un aliciente para McLaurin y sus socios que afirman que en Perlas del Mar de Cortez “se producen tal vez las perlas más bonitas del mundo”.

Fuente: http://bit.ly/1KcsyB0

Imagen: wakan.org


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