El poder invisible de la gratitud en el vecindario Kitsilano de Vancouver Canadá
Viajar te permite descubrir otras costumbres, culturas, idiomas y tradiciones. También te deja recuerdos que se quedan contigo para siempre.

En una de mis caminatas por un vecindario de Kitsilano de Vancouver, Canadá, me encontré con un sitio que llamó mi atención. Un rincón sencillo, sin vigilancia, donde no hay juicio, vergüenza ni restricciones. Un lugar para dar al prójimo.
Ahí cualquiera puede dejar o tomar lo que necesite: comida, artículos de aseo personal o incluso alimento para mascotas.
Lo he llamado “el lugar de la gratitud”
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Aunque desconozco cómo surgió este espacio, ubicado junto a una iglesia, Kitsilano es conocido por este tipo de iniciativas solidarias. De hecho, he observado gestos similares en supermercados y otros rincones de la ciudad, donde la amabilidad y la buena voluntad parecen formar parte del día a día.
Vancouver enfrenta desafíos como el aumento del costo de vida, la falta de vivienda asequible y los bajos salarios en comparación con los precios de los alimentos. En este contexto, espacios como este se vuelven aún más valiosos para quienes más lo necesitan.
Vancouver, en la provincia de Columbia Británica, es la segunda ciudad más poblada de la región, con más de 670 mil habitantes.
¿Cómo funciona la gratitud?
Me detuve a observar. Algunas personas llegaban en busca de algo para llevar. Otras se detenían a dejar una bolsa de comida o un producto de primera necesidad.
Un ir y venir constante, casi invisible, pero vital para quienes atraviesan un momento difícil.
Porque ¿quién no ha pasado por una mala racha económica alguna vez?
Espacios como este invitan a reflexionar sobre el valor de la solidaridad. Nos recuerdan que ayudar no debería depender de raza, religión, origen u orientación. Que lo importante no es quién da o quién recibe, sino el simple hecho de estar ahí para el otro.
Me quedé un rato frente a aquel lugar. Había algo en la simplicidad del gesto que me conmovió. En un mundo donde tantas cosas se condicionan, ver un acto de generosidad tan puro me hizo sentir pequeña y, a la vez, parte de algo más grande.
Pensé en cuántas veces damos por sentado lo que tenemos y en lo diferente que sería todo si entendiéramos el verdadero poder de compartir.
No digo que estos lugares no existan en otras partes del mundo, pero si todos practicáramos la gratitud de manera cotidiana, tal vez viviríamos en un mundo un poco mejor.
El lugar de la gratitud en Kitsilano es más que un rincón con comida y artículos de primera necesidad; es un recordatorio de que la solidaridad no necesita grandes gestos, sino pequeños actos que se multipliquen.
Quizás no todos podamos crear un espacio físico como este, pero si podemos hacer de la gratitud un hábito cotidiano. Cada uno de nosotros puede ser un rincón de generosidad en su comunidad.
“Da lo que puedas. Toma lo que necesites.”
Entre otras cosas, nos vemos pronto…