En Vancouver, la primavera florece en japonés
Los sakura, cerezos en flor son un espectáculo floral y estacional que da identidad colectiva a Vancouver Canadá

Aunque el invierno ya terminó, persisten sus últimos vientos fríos, el cielo nublado y esa llovizna que parece no querer irse. Hasta que algo cambia: la primavera irrumpe pintando Vancouver de rosa y blanco. Son los sakura, cerezos en flor.
Sus flores, suaves, algodonosas, cuelgan en racimos que desde abajo parecen nubes al alcance de la mano. La ciudad se transforma: calles, parques, avenidas… todo se pinta de color y de pausa. Nadie camina igual cuando los sakura florecen.
Lo curioso es que estos árboles no son nativos. Llegaron gracias a la influencia japonesa hace décadas y encontraron en este clima un hogar perfecto. Detrás de su belleza hay una historia de resistencia.
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En los años 30, los alcaldes de Kobe y Yokohama donaron 500 cerezos para honrar a los veteranos japoneses-canadienses que pelearon en la Primera Guerra Mundial. Muchos de ellos hijos de migrantes que jamás pisaron Japón.
- Años después, esos héroes y sus familias serían internados en campos durante la Segunda Guerra Mundial. En 1958, el cónsul japonés Muneo Tanabe obsequió 300 árboles más: un gesto diplomático que hoy simboliza la amistad entre ambas naciones.
- De aquellos 800 árboles, Vancouver ahora alberga más de 40 mil cerezos. No solo adornan la ciudad; encarnan el simbolismo japonés de la belleza efímera, la honra y el respeto.
Los árboles dan identidad cultural a la ciudad
La ciudad lo celebra con festivales anuales, las “rutas del sakura” en mapas turísticos y miles de personas locales y turistas que se detienen a fotografiar, hacer picnic o simplemente contemplar.
Cada año, repiten su ritual: transformar lo ordinario. Durante meses, son solo ramas secas, cubiertas de musgo. Pero basta que llegue la primavera para que todo cambie. Brotan con fuerza, como si llevaran meses esperando su turno. Y uno entiende, sin muchas explicaciones, por qué son tan especiales.
Así como Vancouver se llena de sakuras, cada región tiene su árbol emblemático. Pienso en los árboles que florecen en mi tierra, en Sinaloa. Allá florece la amapa, o “rosa morada” que estalla en color, o como las jacarandas, que cubren de violeta la Ciudad de México.
Todos florecen justo cuando más lo necesitamos: cuando el invierno se ha ido y el verano aún parece lejano.
Confieso que soy de esas personas que se detienen a mirar los árboles. Que sienten cómo algo tan simple como una flor puede levantar el ánimo.
Ver estos paisajes me renueva por dentro. Me recuerdan que la belleza no siempre grita, sino que también puede ser tranquila, silenciosa… pero profundamente viva. No sé si a ti te pase igual.
Mientras camino por esta ciudad, que no en vano se promociona como “Beautiful British Columbia”, confirmo que aquí la primavera no solo se ve: también huele y sabe a cerezo japonés. Una experiencia sensorial que une dos culturas de raíces distintas.
Quizá por eso, cuando miro los sakura, pienso en esos árboles personales que florecen justo cuando más lo necesitamos. Los que susurran: ya pasó lo peor. Ahora respira.
¿Cuál es el tuyo?
Nos leemos pronto.