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Ciclista de 89 años, José Hernández pedalea con el alma en Villa Juárez Navolato

Ha vivido en distintas regiones de México y Estados Unidos, con un corazón agradecido le gustó Villa Juárez para quedarse

29 abril, 2025
Son mis patas para llegar a todas partes dice José Hernández de las ruedas de su bici
Son mis patas para llegar a todas partes dice José Hernández de las ruedas de su bici

A sus 89 años, José Hernández Valadez no necesita bastón ni ayuda para caminar: su bastón tiene dos ruedas y se llama bicicleta. “La bici son mis patas”, dice con orgullo este hombre de mirada clara y corazón curtido por la vida y la tierra. Su sensibilidad humana es su distinción.

Hasta hace pocos días, antes que muriera su amigo, viajaba en la bici desde Villa Juárez hasta la comunidad de La Palma, a casi 30 kilómetros de distancia por la carretera libramiento de autopista. Viaja despacio, sí, pero con la dignidad de quien ha sabido sobrevivir a todo.

Ha sido atropellado dos veces por automóviles, una vez por una moto y otra vez hasta por un perro, pero con una sonrisa serena confiesa: “Gracias a Dios no me he quebrado”. Su único malestar es un dolor de estómago que apenas y lo frena, pero no lo detiene para seguir pedaleando.

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Nacido en la comunidad de Las Jilguerillas, Michoacán, “Allá se andaba muriendo uno de hambre. Me pagaban tres pesos el día… por allá en el año de 1945”, comenta para Tus Buenas Noticias. Recuerda entre risas que en su pueblo le decían “el diablo” porque cruzaba el río nadando parado sin meter las manos.

Salió de su tierra a los 18 años. La necesidad de trabajo lo trajo a Villa Juárez a trabajar en el campo, en ese entonces municipio de Culiacán, sin estudios, pero con la fuerza de quien podía cargar las pesadas cajas de tomate de aquel tiempo, cargando también los sueños de una vida distinta.

La aventura, como él le llama, lo llevó por todo México: vivió en Ciudad Camargo, Tamaulipas; Puebla, en la Ciudad de México, en Tecomán, Colima, en San Luis Río Colorado (“cuando aún era un pueblo de un kilómetro de largo”), incluyendo su sueño americano en Estados Unidos.

Hasta antes que muriera su amigo, con esa bici viajaba de Villa Juárez a La Palma, Navolato
Hasta antes que muriera su amigo, con esa bici viajaba de Villa Juárez a La Palma, Navolato

En cada lugar fue jornalero, obrero, sembrador. Dormía donde podía, comía cuando se podía. Una vez, recuerda, pasó ocho días sin probar alimento.

“Fue lo más bajo que he caído. Pero sé que, en la aventura, de ahí abajo solo se sale con la ayuda de otro”.


Y esa enseñanza la lleva consigo como su sombrero o su bicicleta: a todas partes.

“Cuando uno le hace un paro a otro más necesitado, no espera uno la ayuda de él, sino la ayuda de otro”.


Así se lo enseñaron un día en San Luis Río Colorado, cuando, cruzando el desierto con su esposa. Un desconocido les regaló unos tacos.

Recuerda como dato jocoso que cuando cruzó la frontera de ilegal, el “pollero los abandonó por un mes en un campo, sin alimento y sin conocidos. Y andaba en el patio una gallina con 12 pollos ya crecidos. De esos no quedó uno solo, nomás las plumas dejamos”, dice entre risas.“

"Como no llevaba dinero para pagarle, me dijo el “pollero”: No me debes nada, si un día tienes dinero, apoya a otro más necesitado que ande también en la aventura. Eso nunca se me olvidó”, afirma como un principio religioso.


Su pensión del Bienestar es su ingreso

Hoy, José vive con lo que le da el gobierno, la pensión de los 70 y más. Aunque es poco, hace que le alcance a él para ser agradecido y poder ayudar a otros. En cada necesidad reparte su corazón.

Justo el día de la entrevista casual para Tus Buenas Noticias, su acompañante de plazuela, el joven Raúl Márquez, nos denunció un gesto de ayuda que acababa de hacer Don José Hernández.

Se le preguntó a José ¿Cómo fue eso?

“Estaba yo sentado aquí en la plazuela y vi a un muchacho nuevo en el pueblo, descalzo, con la cara golpeada, pero no le ayudé. En la noche no dormí a gusto. Pensaba, le hubiera dado los calcetines nuevos que “traiba” en la bolsa”.

“Pero el siguiente día volví a verlo, le dije ¿de qué número calzas? Del 8 me dijo. Le dije espérame aquí, fui y le compré unos tenis y le regalé también los calcetines, ya que se los puso, le dije: Ahora vamos a comer. Y el muchacho se fue siguiendo su aventura”.


“Hay que ayudar a la gente más necesitada, porque la aventura es dura, y el que no lo crea que se asome a ver cómo le va. Pero cuando veo gente más alivianada que puede trabajar, les digo, vete al puente amarillo en la madrugada, ahí hay trabajo para todos y vas a ganar dinero”, declama sonriendo su receta para los flojos.

De su aventura en Estados Unidos, cuanta que trabajó un tiempo en las zonas agrícolas de California, donde ahorró lo suficiente para comprarse un camioncito. Trabajó recolectando papa y en los cortes de hortalizas, hasta que fue deportado, y volvió a México, sin quejarse.

Con sus sabias palabras y su inseparable bici José Hernández llega al corazón de la gente
Con sus sabias palabras y su inseparable bici José Hernández llega al corazón de la gente

Así llegó para quedarse en Villa Juárez, hoy municipio de Navolato, donde dice, en aquel entonces compró un solar, con dos cuartitos de cartón por 100 pesos. Lo suyo no ha sido el lujo, sino la sobrevivencia.

José Hernández Valadez no necesita grandes discursos para ser un ejemplo. Su vida, sus cicatrices, su humildad, y su bicicleta, hablan por él. No es un personaje de novela, es un hombre real. Uno que sigue pedaleando, con un corazón tan fuerte como sus piernas flacas.

Es un hombre que, sin importar su edad, el pesar por la muerte de su esposa, la pobreza y los atropellos —literal y figuradamente— sigue avanzando, como quien sabe que mientras haya camino, hay que rodar la vida.

Al límite de sus cansados años José Hernández sólo sabe de gratitud. Ayudar al prójimo en desgracia le da buenos pensamientos.

Mientras él cuenta su historia en la plazuela, en otro lugar un joven con calcetines y tenis nuevos va viajando en su aventura recordando al viejo de la bici. Al viejo generoso que en plazuela en Villa Juárez le regaló el ánimo para levantar su vida.

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