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Agustín Gómez: “Chabelo muy buen muchacho, Agustín muy parrandero”

Yo siempre pensé que el Agustín podría haber sido un cómico profesional y de los buenos. Tenía todo. Pero eso nunca le pasó por la cabeza. Agustín echó raíces en su pueblo, su amado San Javier...

28 septiembre, 2021
Agustín Gómez: “Chabelo muy buen muchacho, Agustín muy parrandero”
Agustín Gómez: “Chabelo muy buen muchacho, Agustín muy parrandero”

San Javier llora al popular músico del peine. Por Dr. Xicoténcatl Vega Picos

Hace muchos años se decía que Ramón (Ramoncito) Gómez comentaba esto de sus hijos “Chabelo muy buen muchacho, Agustín muy parrandero”. En esos tiempos Agustín estaba joven, creo que se enojaba cuando le decían así, el Tomás Tolosa era el más carrilludo.

La realidad es que Ramoncito no andaba muy errado, pero antes de parrandero le faltó que era un joven alegre, dicharachero, platicador, que gustaba mucho de entretener a la gente con sus chistes y sobre todo con su peine con el que hacía maravillas al poner el plástico y entonar diversas notas para el disfrute de quienes lo escuchábamos.

Para eso no batallábamos mucho, su inseparable instrumento musical lo traía en su bolsa del pantalón, lo mismo que el plástico y el papel de baño, del último comentaba “no sabe uno lo que pueda pasar”. Sacaba el peine, desdoblaba el plástico, lo acomodaba sobre el peine, daba unas pequeñas notas, como para que todos le pusiéramos atención y a darle, a sonaban las notas musicales de ese peine con una maestría que ya lo quisieran algunos músicos profesionales.

Chabelo muy buen muchacho

Agustín era bohemio, era sinónimo de alegría. En el lugar en donde se paraba y se sentaba, que eran todas las casas de San Javier, el río, la bomba, el camino, donde te lo encontrabas, era seguro que pasarías un rato alegre. Ese era el Agustín de San Javier. A nadie le negaba una buena plática o un chiste. Era bienvenido en todos los sitios del pueblo. Eso lo sabía, y creo que en el fondo lo disfrutaba.

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Yo siempre pensé que el Agustín podría haber sido un cómico profesional y de los buenos. Tenía todo. Pero eso nunca le pasó por la cabeza. Agustín echó raíces en su pueblo, su amado San Javier. A mi me platicó de una pequeña estancia en Arizona, donde inclusive trabajó tocando el peine en algún sitio. Pero no aguantó, le ganó el terruño y se regresó. “Noombree, ya no vuelvo, nuuuuunca, eso no es para mí, ni les entendía a los gringos, no podía hablar con nadie, mejor aquí hago tejas, más a gusto”. Eso me comentó alguna vez aderezado con varias anécdotas que le pasaron en ese lugar.

Lo de “parrandero” sería en su juventud pues Agustín era muy trabajador y emprendedor, lo mismo era el bombero, plomero, taquero, paletero, cuidador de casas, hacia tejas, y su pasión la música. Nuestro pueblo es tierra de músicos, pero ninguno ha utilizado un peine con un plástico, un peculiar instrumento musical del que sacaba notas con gran virtuosismo.

Como es de todos sabido, en el pueblo sobran los que le rascan a la guitarra o al tololoche, otros a la tarola, o el acordeón, algunos tratan de cantar, los más pegan rebuznidos más que cantar, pero el chiste es hacer alboroto, para eso se pintan solos. Pues en ese selecto grupo se encontraba el Agustín.

Participó en grupos musicales, como “Los Pelícanos”, con el Gordo de la Cornelia, el Germán y el Nel de Santana, así les pusieron puesto que agarraban de todo: caguamas, cuartitos, botes, lo que fuera. Después le siguió la “banda plateada” con el Wilo de la Fita, el Mingo y el Gordo. El nombre era lo de menos, el cómo amenizaban las fiestas era lo bueno. Aún y cuando no bailaras terminabas haciéndolo.

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Su carreta de tacos se convirtió en punto de encuentro y de charras, que si licuaba la carne para que le quedará más blandita, que si no te los comías era porque tenías que arreglarte los dientes que no te servían, que salía tarde pero con miedo de que le robaran el dinero de los ocho o 10 tacos que vendió, que tenía que esperar a los de la “Panamericana para que se llevarán todo el dinero al banco”. De todo le sacaba el lado bueno.

El Ñiñi filmó una serie de videos en la carreta en donde se puede apreciar su calidez humana, su chispa para platicar y reírse de la vida. Eso es lo que nos quedará a todos, pues el pasado viernes 24 de este mes se apagó, se fue “sin dar lata” como decía.

Le sobreviven su esposa Margarita, sus hijos Ramón, Consuelo y María José, sus hermanos y el resto de los sanjaviereños que lo extrañaremos.

Buen viaje Agustín, espero te hayan mandado con todo y peine para que sigas tocando en el cielo.

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