El amor expresado en dos volcanes mexicanos. ¿Recuerdas esta leyenda?
Por: Kenia Meza
La herencia de un amor puro con fuego y pasión pero no consumado rodea a estos volcanes.
Pensar en los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, es viajar en el tiempo para recordar la leyenda de un guerrero y una princesa que tuvieron un amor anhelado y perseguido.
Cuenta la leyenda que estos volcanes representan a una doncella y a un joven guerrero tlaxcalteca: Popocatéptl e Iztaccíhuatl. Ella era una princesa con una belleza inédita que fijó su mirar en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos y valientes guerreros de su pueblo.
Sin embargo, ese sentir no podía ser revelado, debía permanecer en silencio ya que la diferencia de su condición social había escrito destinos distintos para estos enamorados.
El dilema histórico de obedecer la ley del padre, no marcó el fin de dicho sentimiento. Y estos enamorados decidieron ser valientes y luchar por reescribir su destino, pues “los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar”, diría el cantante Silvo Rodríguez en estos tiempos.
Fue entonces que la condición del padre para otorgar la mano de su hija fue: conseguir la victoria frente al esplendoroso imperio Azteca. No solo era el amor lo que estaba en juego, sino vencer y alcanzar la libertad de un pueblo.
El guerrero partió hacia el campo de batalla, y la espera de un idilio con amor eterno y sucumbir ante la posibilidad de la separación del ser amado, fue el camino elegido por la “mujer dormida” (significado de Izztacíhuatl) para ver florecer su amor con Popocatépetl.
Sin embargo, la noticia de que su amado había perdido la vida en combate, llevó a Iztaccíhuatl al desconsuelo y quebranto. Haciendo que su invierno jamás terminara.
Al poco tiempo, Popocatépetl regresó victorioso y dispuesto a reclamar su premio: el amor de su princesa. Pero, a su llegada, recibió la devastadora noticia.
Se dice que fueron más largas las noches que los días del joven que vagó por las calles hasta que encontró la manera de honrar el gran amor que ambos se profesaban.
De esta manera, se construyó una tumba bajo el sol donde fueron amontonados 10 cerros para levantar una enorme montaña, donde fue depositado el cuerpo inerte de la princesa, y recostándola sobre la cima, la besó por última vez y con una antorcha en mano, Popocatépetl permaneció a su lado para velar su sueño por la eternidad.
Se dice que los dioses reconocieron el amor verdadero de ambos, por lo que convirtieron a la princesa en un volcán, y en reconocimiento a su persistencia, constancia y lucha, le fue otorgada la inmortalidad a Popocatépetl.
Tal fue la pasión eterna de Popocatépetl, que hasta la fecha continúa arrojando fumarolas de humo.