Patrimonio perdido en el centro histórico de Culiacán

Ruptura con la tradición arquitectónica porfirista: demolición del Teatro Apolo, la Cárcel Municipal y los Portales.

Por: Jaime Félix Pico

A principios de la década de los años 90s del siglo pasado, han pasado poco más de treinta años, la entonces Escuela de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Sinaloa (hoy Facultad de Arquitectura), empezaba a desarrollar investigaciones urbanas arquitectónicas en la ciudad de Culiacán, que contaba con buena parte del patrimonio histórico edificado, con el objetivo de registrar-catalogar,  defensa y conservación de los edificios, sitios  y  monumentos históricos,  construidos en la época  de la primera modernidad (fines siglo XIX y principios del siglo XX), protagonizada por el Ingeniero Luis F. Molina.

En Arquitecto René Llanes, maestro universitario, en su obra “Luis F, Molina, Arquitecto de la Ciudad” (2002), nos dejó una suerte de premonición al declarar lo siguiente: El centro histórico, como centro urbano de Culiacán, cuenta actualmente con 682 monumentos históricos, manifestando una pérdida de patrimonio edificado en la última década (1886-1896) del 22%, de seguir esta tendencia no quedará ningún edificio de carácter histórico para el año 2025”.

Hay tres conceptos que podrían definir el momento cuando inició la demolición de edificios patrimoniales en el Centro Histórico de Culiacán; igual para explicar los procesos de desmantelamiento de edificios y fincas históricas que impactaron negativamente   la imagen urbana de la vieja ciudad de aspecto señorial, construido en la época porfirista. Estos conceptos son:  Ruptura, Innovación y Progreso.

La modernidad arquitectónica llegó a Culiacán apartándose de la tradición como resultado del crecimiento económico que produjo la expansión de la actividad agrícola impulsada por la construcción de la presa de Sanalona que entró en operación en el año de 1948 abriendo al cultivo cerca de sesenta mil hectáreas de riego en el valle de Culiacán, fincando el potencial agroindustrial de la región centro del estado.

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Fue también fruto de la reflexión que los arquitectos mexicanos hicieron sobre la identidad de la arquitectura mexicana, frente a la corriente funcionalista en boga -la forma después de la función- tema que se analizó en el contexto de la etapa postrevolucionaria, el inicio del proceso de industrialización durante la llamada etapa desarrollista (1920-1960), y la llegada de nuevos materiales de construcción y la utilización de nuevas tecnologías en la construcción.

Pero ¿Qué es la modernidad?

Para explicar el sentido que nos interesa de este término, tomaré la definición de Alain Tourraine, filósofo francés, que dice: “La sociedad que desestima, que hace tabla rasa del pasado no puede llamarse moderna…., moderna es una sociedad que transforma lo antiguo en moderno sin destruirlo….reconoce cada vez más la diversidad de culturas”.

Ruptura arquitectónica deberíamos entenderla, a partir de la definición de Tourraine, como el aprovechamiento del patrimonio edificado con criterios conservacionistas -protección del patrimonio material- y si aplicamos el lenguaje actual, diríamos: “ con criterios de sostenibilidad”, que incluye no solamente lo material sino también aspectos económicos -equidad y justicia- y protección del medio ambiente -no afectación- Teatro Apolo, a lo largo de su corta vida (1889-1948) se significó como obra insignia de la cultura material de Culiacán.

Cuando la familia Clouthier, propietaria del Teatro Apolo, decidió la demolición del edificio en el año 1948, quizá lo hizo pensando más en el progreso y la economía, sin tomar en cuenta el criterio conservacionista: transformar sin destruir, el cual privilegia el valor social del patrimonio histórico edificado como factor de identidad cultural de una sociedad, sentido de pertenencia y orgullo citadino.

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De la misma manera debe haber ocurrido cuando el gobernador Alfonso G. Calderón (1975-1980)   ordenó la construcción de la Unidad Cultural “Genaro Estrada” para la sede de DIFOCUR, en la década de los años setenta, autorizando la demolición del antiguo edificio de la cárcel municipal.

En la gradual demolición de los portales que circundaban la plazuela A. Obregón, sin duda, fueron decisiones gubernamentales ignorando la tradición arquitectónica. Su desaparición borró del imaginario colectivo la hermosa imagen de una ciudad colonial, con sello propio.

Estos desmantelamientos urbanos representaron en su momento un atentado contra el patrimonio cultural edificado, y marcó el inicio de una etapa en la que las autoridades federales y locales regularon la modernización urbana y arquitectónica sin la debida valoración del patrimonio histórico material.

Algo muy grave ocurrió después y hasta nuestros días, hoy continua la inexplicable permisividad de las autoridades gubernamentales, su ineficacia administrativa, incapacidad de detener la ola destructiva del patrimonio material arquitectónico, sin ofrecer alternativas viables jurídicamente, a quienes lo pueden aprovechar apegados al concepto de modernidad: “transformar lo antiguo, sin destruirlo; respeto a la diversidad cultural” De continuar así las cosas, tarde que temprano se hará realidad la afirmación del arquitecto René Llanes.

Dos edificios emblemáticos, obra del Arquitecto de la Ciudad, Luis F Molina.

El Teatro Apolo y la Cárcel Municipal fueron dos obras monumentales diseñadas y construidas por el Ingeniero Luis F. Molina; las más representativas de su estilo arquitectónico académico, de corte neoclásico, reflejo del progreso y del orden social emprendido por las élites sociales y grupos de poder económico alineadas al régimen porfirista.

Hemos citado al Ingeniero Molina en casi todos los artículos publicados en #TusBuenas Noticias.com referentes a temas de arquitectura tradicional e imagen urbana, creo que es el momento de dar a conocer algunas facetas de su personalidad y cómo es que llegó a ser el constructor de la ciudad señorial decimonónica, que fue Culiacán, en la primera etapa de modernidad.

¿Quién fue el Ingeniero Luis Felipe Molina Rodríguez?

Oriundo de Ozumbilla, Estado de México, nació el 13 de septiembre de 1864; murió en la ciudad de México en el año de 1953.

Llegó a Culiacán en el año de 1890, el entonces gobernador Ingeniero Mariano Martínez de Castro (primer período 1880.1884) lo invitó a venir a Culiacán a construir un teatro, infraestructura cultural indispensable para detonar el proceso modernizador urbanístico arquitectónico que requería la ciudad capital como muestra y sustento de la política de progreso y de paz que ofrecía el gobierno de Porfirio Díaz a los gobiernos de los estados de la República.

Luis Felipe Molina recién se había graduado en la Escuela de Bellas Artes como Ingeniero con estudios en arquitectura, fue recomendado al gobernador de Sinaloa  primero por Manuel Calderón, quien había rehusado a construirlo y su maestro; y posteriormente por el Senador Enrique M. Rubio;  ante la indecisión que mostraba  Molina, el  Licenciado Ignacio I. Vallarta, lo aconsejó que aceptara la invitación pues esa experiencia le serviría para continuar su carrera en la ciudad de México como era su deseo.

A su llegada fue nombrado en el cargo de “Ingeniero de la Ciudad” dentro del Ayuntamiento de Culiacán e inició sus funciones como servidor público; aceptó dar clases en el Colegio Rosales, y poco a poco fue incorporándose a la sociedad culiacanense, donde llegó a permanecer durante 22 años, hasta que el movimiento de la revolución lo obligó a salir por su afiliación al gobierno porfirista.

Un día del mes de agosto de 1911, estando a cargo de la presidencia municipal, logró salir de Culiacán junto con su esposa e hijos, por ferrocarril con rumbo a los estados Unidos, para proteger su vida y la de los suyos.

El Doctor Daniel Chiquete, estudioso de la vida y obra de Molina, en su artículo titulado sugestivamente “Luis F, Molina, entre el talento profesional y la sagacidad política” describe con objetividad algunos rasgos de la personalidad del personaje:

“Me acerco a Molina como el Hombre del Porfiriato que fue, el capitalino que decidió venir a una provincia lejana, desconocida para él, quedarse en ella durante más de veinte años, transformarla en su conformación espacial, convertirse en un actor político influyente y llegar a ser imprescindible para la élite regional…..Aunque el motivo principal de la venida de Molina a Culiacán fue el de diseñar y construir un teatro, al quedarse a residir fue incorporado a la administración local por medio del Cabildo al cual se convirtió en miembro permanente asumiendo en momentos diferentes casi todas las funciones, aunque la de mayor relevancia fue la de Ingeniero de la Ciudad, una especie de Director de Obras Públicas Municipales”.

El Ingeniero Molina escribió su autobiografía donde narra con amenidad y sencillez los pormenores de su vida profesional que pasó en Culiacán. Hoy la conocemos gracias a que el documento manuscrito le fue donado por la familia al Cronista de la Ciudad, don Adrián García Cortés, éste lo publicó con el título “El Mundo de Molina” (2003); antes de la publicación de este valioso documento de valor histórico para la ciudad, se conocía muy poco sobre la vida de Molina.

De este libro seleccioné algunos párrafos referentes a los dos edificios que hoy, desafortunadamente, ya no existen, y que están calificados como representativos de su estilo arquitectónico monumental.

Teatro Apolo

“Tomé empeño en formar el proyecto que consistió en plano de la fachada, plano de la planta y planos de un corte longitudinal y otro trasversal y alguno que otro detalle…..naturalmente antes de dar principio a la obra tuve que buscar gente que pudiera ayudarme, tanto para obtener una buena administración como para que se llevaran a cabo los trabajos en forma económica…

Debo decir antes, que la mayor parte de los señores accionistas no habían visto más teatro que el de Mazatlán que por cierto no podía servir de modelo,,, hechos todos los primeros arreglos se procedió en cierta fecha, que no la recuerdo, a la colocación de la primera piedra lo que constituyó un acontecimiento pues concurrieron todas las personas mas visibles de la población…

Esta primera piedra tenía una caja formada en ella misma y allí se depositó el acta correspondiente y monedas de oro y plata del año mismo en que procedía a la ejecución de la obra. Esta piedra debe estar como a cuatro metros abajo del piso de escalones que conducen del pórtico al vestíbulo y precisamente en el eje del edificio”.

Se sabe que el año de la primera piedra fue al finalizar el año 1891 y el teatro de inauguró el 14 de abril de 1895, con un gran evento artístico musical sugerido por el propio Ingeniero Molina. Tenía capacidad para 1500 espectadores y quedó adecuado para cualquier montaje y para realizar otras actividades culturales porque el piso del patio, el escenario y el espacio asignado a la orquesta, eran movibles.

No se sabe si cuando la demolición del teatro en 1948 se rescató la caja de la primera piedra, y sus monedas de oro y plata, o ¿permanecerá enterrada abajo del piso del hoy estacionamiento en que se redujo este monumento histórico ya desaparecido?.

La Cárcel Municipal

En las postrimerías del gobierno del general Cañedo se me encomendó la construcción de la cárcel, la que terminé y fue inaugurada en el gobierno de don Diego Redo (1909-1911). Dicho edificio, no tiene el aspecto de prisión, toda vez que se construyó en una de las principales calles de la ciudad y no quise, por lo tanto, darle el aspecto tétrico de una prisión, tanto más cuanto allí se iban a poner los juzgados respectivos, lo que modificaría en parte el buen aspecto de la fachada…

La cárcel Municipal curiosamente se construyó en el terreno que forman las calles Libertad (hoy calle Rafael Buelna e Independencia (hoy Ruperto Paliza).

Con estas breves citas ahora podemos imaginar cómo nacieron con una función urbana las emblemáticas construcciones monumentales,  desafortunadamente demolidas más adelante para  dar paso a la modernidad, como el Teatro Apolo, el Puente Cañedo o Colorado, la cárcel municipal, la Casa de Moneda, el Hotel La Lonja, la original Plaza de la Constitución y sus señoriales portales, la antigua capilla central, y tantos otros edificios que ya no existen, no forman parte del paisaje urbano y por ese echo han truncado parte de nuestra identidad y desvalorizado el orgullo de  pertenecer a una ciudad casi cinco veces centenaria,  como hay pocas en América.

La destrucción de estos edificios y otros que han corrido con la misma suerte, debería hacernos consientes de la importancia y significado que tiene la salvaguarda y preservación del patrimonio histórico cultural  y el rescate de  la memoria histórica de nuestra ciudad.

Poner en valor la herencia o legado histórico cultural de nuestros antepasados, concientizarnos de la necesidad de proteger, defender el patrimonio arquitectónico, a interpretar mejor el patrimonio material e inmaterial como insumo indispensable para promover a la ciudad y elevar su competitividad en el ámbito nacional e internacional; nos sirve para reconocernos como ciudadanos responsables herederos de un pasado histórico que es motivo de orgullo y nos confiere identidad a los culiacanenses.

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