La Güera le pone calzado a residentes y migrantes de Villa Juárez

Tenía 5 años cuando llegó a Villa Juárez, le pareció un lugar feo, pero jamás imaginó que la venta de calzado le daría tantas bendiciones.

Por: Juan Francisco Sotomayor

Todas las migraciones traen contrastes. María de los Ángeles Ramírez tenía 5 años cuando llegó a Villa Juárez en 1972. El camión llegó levantando polvaredas y  al bajarse para contemplar el pueblo donde iba a vivir, le pareció un lugar muy feo. En contraste su mamá vio los campos legumbreros y exclamó ¡Aquí hay mucho que comer! Hay tomates, pepinos, chiles, mucha comida.

No eran buenos tiempos, su papá Rodolfo Ramírez Barajas había nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, pero migró a Ciudad Obregón, Sonora, en busca de trabajo. Andando en los campos agrícolas conoció a una muchacha de nombre Ana María Barrientos. El amor que sintieron terminó de hacer su obra y pronto se casaron.

Ya tenían cuatro hijos cuando escucharon que en Sinaloa había un lugar al que le decían Campo Gobierno, donde sobraba trabajo en los cortes de hortalizas, con cientos de trabajadores. En medio de la desventura dejaron Ciudad Obregón y llegaron a lo que sería su nuevo pueblo en el valle de Culiacán.

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Comenta María de los Ángeles Ramírez“, La Güera” como le dicen,  que cuando llegó, lo que hoy es Villa Juárez era un pequeño cuadro de casas en un sector llamado Las Cupías y El Tapacal y ahí cerca el Campo Tribolet. A ellos les tocaría vivir en la zona más marginada.

Para ganarse la vida su papá Rodolfo decidió dedicarse al comercio. En una cubeta llevaba sus productos de venta, que exhibía en el suelo por el lado de donde hoy está la primaria Lázaro Cárdenas. Era el sector del centro de Villa Juárez, a donde acudían miles de jornaleros a hacer sus compras. Lo que empezó con una cubeta de mercancía pronto creció a 3 cajones, que cargaba al hombro. Al ir prosperando consiguió una carreta para llevar sus productos.

Después el lugar de venta se cambió a lo que hoy es el centro. Comenta María de los Ángeles Ramírez, que su papá vendía en un punto del suelo, que fue ocupado al levantarse el mercado. Dice que su papá no quería moverse de ahí, pero cuando rifaron los locales comerciales del naciente mercado, le tocó el número uno, justo en el mismo lugar donde estaba y donde quería seguir.

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Confesando sus secretos de juventud, María platica que acostumbraba a estar en el local con su papá, y en el pasillo de enfrente se instalaba un joven bolero. Su oficio de lustrador de calzado no era muy prometedor, pero hablando con María de los Ángeles le dijo que un día el también tendría un local.

Las miradas constantes y el tiempo de ocio frecuente hicieron que Pablo Castillo, además de limpiar y lustrar el calzado fueron abrillantando también el corazón de María de los Ángeles. Terminaron casándose, y se fueron a vivir a una casita de lámina negra de cartón. Recuerda con sollozos que durante la temporada de lluvias había tanto lodo, que el barro casi les llegaba a la rodilla al caminar.

Los nuevos compromisos exigían más ingresos, así que Pablo en adelante, dejó de ser el bolero y pasó a ser jornalero agrícola. Y así vivieron por algunos años. Después María de los Ángeles empezó a vender mercancías en los campos agrícolas. Cuenta “La Güera” que un día su papá le avisó de un local en venta a un lado del suyo. Lo compraron y así empezó su vida de comerciante.

Empezaron con muy poca mercancía, comprada a base de deudas y sacrificios. Empezaron vendiendo lo mismo que su papá y luego se especializaron en calzado, cintos, carteras, mochilas y otros accesorios. Ya lleva 23 años con el negocio, y hoy ya es una empresaria con experiencia. De constante viaja a Guadalajara, a León Guanajuato y a la ciudad de México para abastecer su negocio. No le ha ido mal, sus clientes son los residentes de Villa Juárez y los miles de migrantes

Siente un profundo agradecimiento por los trabajadores de el campo. Recordando que una vez también ella llegó como migrante, afirma que “esas personas también vienen para salir adelante. Hay que tratarlos bien y atenderlos bien, es una cadena. Trabajan y también hacen consumo, y si se puede ayudarles se les ayuda”, afirma con satisfacción.

Reconoce que: “ser comerciante fue nuestra salvación para salir adelante” … ya tiene 4 hijas adultas. “De aquí del local salió para que todas estudiaran la universidad. Una se graduó de Relaciones internacionales, otra de   Derecho, otra de Psicología y otra de Administración de empresas”.

Se le preguntó si alguna vez soñó tener lo que ahora tiene. Recordando los tiempos difíciles que pasó de infancia, de cuando estuvo recién casada, y de su pobreza como jornaleros, no puede contener su conmoción. Con lágrimas tibias corriendo por sus mejillas cuenta de la bendición de tener a sus cuatro hijas, de tener un negocio, y de haber construido una casa grande con alberca, como nunca la imaginó.

“Me siento agradecida con Dios, y después de Dios con este pueblo que me ha dado todo, por las cosas que hemos logrado a base de puro trabajo, y las bendiciones recibidas… No me canso de agradecerle a Dios” dice María de los Ángeles, mientras le comenta a su trabajadora (una muchacha migrante), “me han hecho llorar con esas preguntas, hay muchas cosas que recordar y que agradecer”.

Mientras contesta las preguntas no deja de recibir y atender a los clientes que llegan entusiasmados buscando los mejores zapatos para niños, para la quinceañera y para toda la familia

Hace 50 años María de los Ángeles Ramírez llegó a Villa Juárez. El pueblo que de niña le parecía feo, resultó maravilloso, le ha dado las más grandes alegrías. En el mercado municipal, su negocio “Novedades Güera” le pone paso fino a residentes y migrantes. Ya no bolean los zapatos, ahora son dueños de la zapatería. Con su ejemplo y productos construyen historias de felicidad.

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