Marcha de paz Culiacán valiente, una aspiración sin límite
Con orden, en armonía, como viejos conocidos, los culiacanenses se saludaron, se sonrieron y tomaron los espacios públicos, como una aspiración sin límite de lo que significa un Culiacán en paz.
No había protagonismo en los participantes, había un sano despertar a una realidad minimizada
La tarde estaba despejada con un calor tolerable, una pequeña mancha de nubes emitió un débil tronido, que sonó más a despedida de temporada que de amenaza de lluvia. Fue como el accionar para que en el estadio de Los Dorados iniciara la que llamaron marcha de paz Culiacán Valiente.
Minutos antes de las cuatro de la tarde familias y personas solas daban el recorrido inverso para llegar al punto de la salida de la marcha. Otros simplemente esperaron en alguna acera para no hacer el recorrido completo.
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En esa decisión estaba la muchacha sujetando con una correa dos perros regordetes al límite, mitad pitbull-mitad demonio. Al abalanzarse sobre mi humanidad pensé que perdería mi pierna flaca. No hace nada oiga, se adelantó a avisar la muchacha, y cayendo al suelo esa masa canina reclamaba unos cariños patas arriba.
En una esquina un grupo de mujeres y jóvenes llenaban y colocaban sobre la mesa los vasos de agua y bebidas de colores que regalarían a los marchantes. Todo estaba listo para esa marcha inusual. Ojalá que no pase nada malo susurraba una señora tomando de la mano a sus dos niños.
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En el estadio un hormiguear de ciudadanos se arremolinaron para recibir de a gratis una camiseta blanca con el emblema del valiente de la lotería. Fue el preámbulo para que la camioneta gris, que arrastraba un remolque hiciera sonar la estruendosa banda sinaloense, iniciando así lo que pudiera ser la primera de muchas formas en que los culiacanenses arrebatarán los espacios públicos.
El contingente era de cientos de personas, sin protagonismos, sin etiquetas sociales ni de partidos, todos iguales, como el día que por igual los alcanzó el susto; todos preocupados por cambiar nuestra realidad. Esa realidad que una semana antes cubrió de sangre el mismo boulevard, y cuyas llamas nos llevaron a estar en las noticias de todo el mundo.
Ahora era diferente. Ahora era un día de fiesta ciudadana, adultos mayores, familias, jóvenes, niños y perros recorrían lo que fue la ruta del terror. Un grupo de danza llevó el folclor sinaloense con emotivos bailables y colorido vestuario. Al frente unos danzantes de pascola reivindicaban el sentimiento nativo.
A sonar de la tambora mujeres y hombres no dejaban de bailar. Con globos blancos y estandartes elevados hablaban lo que sus palabras no enunciaban. El hombre de la bocina gritaba que “este es el Culiacán Verdadero, el Culiacán que no se quedó encerrado en sus casas, amedrentado, nervioso, temblando de pánico; sino el Culiacán verdadero de gente trabajadora”.
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En la marcha las mujeres con hijos desaparecidos clamaban por tenerlos a su lado. El colectivo LGBT reclamaba no más muertes a sus agremiados. Entre “la bola” el acalde de Culiacán y su esposa, en un gesto del lado de las víctimas marchaban en silencio, llevando de vecinos a charros, ciclistas, niños en carreolas y una nube de periodistas venido de todas partes.
Nunca antes el celular había sido usado para tan buen propósito, los marchantes hacían transmisiones en vivo, tomaban fotos y videos. Los profesionales de la comunicación hacían entrevistas y corrían buscando la mejor toma.
El de la bocina gritaba invitando a eliminar los videos del jueves negro, emocionado decía… “Borra todos los videos, y empieza a grabar este. Porque este es el verdadero video del Culiacán de pie”.
Así llegó el contingente al edificio de la Fiscalía General de Sinaloa, donde fue el epicentro de las balas. Ahí se pidió guardar un minuto de silencio por las víctimas inocentes y los militares caídos. Pasado el minuto la tambora reventó en ruido tocando el sinaloense y la marcha continuó.
Sobre la marquesina, el gigantesco payaso inflable de la mueblería Dico, con los brazos abiertos recibió el contingente que fue desviado al parque Las Riberas. Los jóvenes del Pentatlón y los Boy scouts terminaban su servicio recogiendo kilómetros de cuerdas que sirvieron de valla. En la escalinata un grupo de música parado en la frontera de lo Hippie y lo Pop animaba a los marchantes con su canto Culiacán Valiente.
El recorrido terminó bajo la floresta del río. Artistas culiacanenses pintaban muros con temas alusivos a la paz, representes de organismos civiles ofrecían información se sus actividades; y sobre el pasto, los que quisieron, fueron atendidos con manos amorosas en temas de sanidad y relajación.
En el escenario los “venados” danzantes del pascola arrebataron los aplausos con la música primitiva de los sinaloenses. Luego los niños leyeron un manifiesto del tipo de personas que los culiacanenses de bien somos. No importó cuantas veces interrumpieron el texto desmemoriado, sus palabras despertaron la memoria de la gente buena que Culiacán tuvo décadas antes de la delincuencia.
El cantante culiacanense David Aguilar, nominado a los premios Grammy latino ofrendó su participación con unos cantos que dibujan al Sinaloa rural de gente buena. Entre aplausos y buenas charlas la noche se adueñó del parque y poco a poco se fueron retirando los marchantes. Lentamente y sin prisas como olvidando que una semana atrás todos corrieron.
Con orden, en armonía, como viejos conocidos, los culiacanenses se saludaron, se sonrieron y tomaron los espacios públicos, como una aspiración sin límite de lo que significa un Culiacán en paz.
Soñar despierto y caminar amando.