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Con la venta de carritos de madera Don Lalo siembra felicidad y cosecha sonrisas

A sus 85 años de edad, Ladislao Cabral sigue siendo un hombre productivo haciendo juguetes artesanales.

19 septiembre, 2024
Don Lalo vende sus carritos de madera. Alegra a los niños de la ciudad y su corazón se llena de dicha cada día.
Don Lalo vende sus carritos de madera. Alegra a los niños de la ciudad y su corazón se llena de dicha cada día.

Cada mañana, Don Ladislao Cabral Hernández, mejor conocido como Don Lalo, sale de su casa en Costa Rica, y llega hasta Culiacán para recorrer las calles cargando sus preciados carritos de madera y juguetes tradicionales.

A sus 85 años, sigue trabajando con la misma energía y pasión que lo ha acompañado toda su vida.

Un noble negocio para vivir

Con muy buen ánimo, don Lalo sale a vender sus carritos de madera.
Con muy buen ánimo, don Lalo sale a vender sus carritos de madera.

Para él, vender sus productos no se trata solo de hacer negocio, sino de un acto de generosidad y amistad.

"A veces ni vendo, nomás los regalo porque me gusta ver a los niños felices", dice con una sonrisa amable y una mirada apacible, mientras acomoda cuidadosamente los juguetitos que lleva consigo.

"Los niños son el futuro, y si yo puedo aportar un poco a su alegría, ya me siento satisfecho", dice con una amable sonrisa para Tus Buenas Noticias.


Desde joven conoce el valor del emprendimiento

Don Lalo nació en un pequeño pueblo de Zacatecas en 1938. Su infancia no fue fácil, pero desde muy joven mostró un espíritu emprendedor que lo ha definido hasta el día de hoy.

"Yo nací comerciante", afirma con orgullo. "De chiquillo vendía fierro viejo y huesos de animales muertos que me encontraba en los llanos. No me acuerdo cuánto me pagaban el kilo, pero juntaba mis centavos", recuerda.

Desde entonces, Don Lalo supo que su camino estaba en el comercio. Pronto, comenzó a vender carritos de plástico y juguetes de hojalata, lo que le permitió ahorrar lo suficiente para expandir su negocio.

"Compré unos carritos y cubetitas de lámina, pitos de barro, y me dediqué a vender. A veces, ni les ganaba mucho, pero el gusto de ver a los niños con algo en las manos valía más que las monedas".


Su habilidad para el comercio lo llevó a recorrer otros estados del país. En Aguascalientes, compraba ropa barata que luego vendía, y en León Guanajuato invirtió en calzado.

"Una vez compré 40 pares de zapatos para dama, y en una tarde, las muchachas me los acabaron", recuerda con una risa contagiosa. "Fue una chulada, me sentí rico".

A lo largo de su vida, Don Lalo ha vendido de todo: ropa, calzado, juguetes y hasta productos en los ingenios azucareros cuando llegó a Sinaloa por primera vez.

A pesar de los logros económicos que ha alcanzado, Don Lalo no ha dejado que el dinero lo defina.

Con sus habilidosas manos, Lalo realiza sus juguetes de madera.

Los logros económicos han favorecido su vida

"Me gusta traer dinero en la bolsa porque lo necesitas para vivir, pero no es lo más importante", dice con una sabiduría que solo los años pueden otorgar.

"Lo más importante es sembrar amistades. Yo siempre digo que las amistades también son dinero. Si regalo un carrito a un niño que lo necesita, ese niño ya es mi amigo, y a la larga, eso es lo que cuenta", dice mientras reflexiona sobre lo fugaz de esta vida.

Su filosofía de vida ha sido siempre dar más de lo que recibe, y eso lo ha convertido en una figura entrañable en las calles de Culiacán.

"Aquí ya todos me conocen", comenta con humildad. "La gente me aprecia porque saben que lo que hago lo hago de corazón.No es solo por vender, es por ver a los niños sonreír y por hacer nuevas amistades", lo dice con una voz apacible y una cálida sonrisa que brinda confianza a quienes lo rodean.

El amor por su familia ha sido importante en su vida

Don Lalo está casado con María Márquez, su compañera de vida en la sindicatura de Costa Rica. Tienen siete hijos, fruto de dos matrimonios. "En el primer matrimonio tuve tres hijos y en el segundo, cuatro", cuenta mientras se acomoda la gorra que porta en la cabeza.

"A todos les dimos educación hasta donde se pudo, aunque ninguno quiso seguir una carrera profesional. Pero les dimos escuela, y con eso nos sentimos tranquilos", dice.

Su familia es su mayor orgullo, aunque admite que, como todo en la vida, hubo tiempos difíciles.

"El dinero iba y venía, pero nunca dejamos de luchar por lo que queríamos. Hoy mis hijos son buenas personas, y para mí, eso es lo que importa", señala con una voz cargada de honra.


Ya no maneja como antes. "Dejé el volante hace más de 15 años. No porque me lo hayan prohibido, sino porque me llevaba muchos sustos", explica con sinceridad.

"Con la edad me volví torpe, no captaba el peligro. Me metía en las calles sin ver los semáforos, y dije: 'Hasta aquí'. No quiero causar daño a nadie, así que decidí andar a pie".

Pero su espíritu inquieto no lo ha detenido. Sigue viajando todos los días desde Costa Rica a Culiacán, siempre con una sonrisa en el rostro y sus juguetes a cuestas.

"Ya no me voy tan lejos como antes. Llegué a ir a Tijuana y Mexicali a vender, pero ahora ya no me confío tanto, porque he tenido dos ocasiones en las que se me va la mente", cuenta. "Es peligroso perderse, pero aquí, en Culiacán, todavía me siento en casa".

Lo que distingue a Don Lalo no es solo su habilidad como comerciante, sino su compromiso con los valores que ha cultivado a lo largo de los años.

"Mi vida siempre ha sido de trabajo, pero también de mucha gratitud", dice mientras observa a los niños que curiosean entre sus carritos de madera.


La felicidad forma parte de su vida

"Si puedo hacer que un niño se lleve un juguete, aunque sea regalado, eso para mí es una satisfacción que no tiene precio. Uno no se lleva nada al otro lado, más que las buenas acciones".

Sus juguetes no son simplemente objetos; para Don Lalo, representan una parte importante de su misión de vida.

"Los carritos de madera son algo que yo hago con mis propias manos, y saber que esos niños van a recordar que alguna vez un viejito les regaló un juguete, para mí eso es lo más grande", comenta con emoción.



"No me interesa hacerme rico. Lo que me interesa es seguir haciendo amigos, seguir dándole algo bueno al mundo".

Don Lalo, a sus 85 años, no muestra signos de rendirse. Aunque su paso es más lento y su vista ya no es tan clara, su corazón sigue tan firme como siempre.

"Todavía tengo ganas de seguir trabajando, de seguir regalando felicidad. Mientras pueda caminar, mientras pueda hacer algo con mis manos, aquí voy a estar", dice con determinación.

Con cada carrito que vende Don Lalo entrega un pedazo de su historia, muestra de perseverancia y la búsqueda de dejar un mundo mejor. Un mundo donde los niños siempre tengan un motivo para sonreír.

Con sus carritos artesanales Don lalo le añade kilometraje a la felicidad de los niños. Así brilla su alma generosa.

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