María Ayón endulza corazones con sus churros en el sector Humaya Culiacán
María es heredera de una tradición familiar que comenzó su padre hace siete décadas cerca de la Cruz Roja en Culiacán
En Culiacán, el aroma de los churros recién hechos es sinónimo de tradición, cariño y sacrificio. Detrás de cada crujiente churro hay una historia de familia, de lucha, de sueños y de un legado transmitido de generación en generación.
María de los Ángeles Ayón, quien vive en Santa Fe, es una de las herederas de esta tradición que comenzó su padre hace más de siete décadas y que hoy sigue endulzando el día a día de los culiacanenses.
Ella despacha frente al Issstesin en Infonavitl Humaya y su hermano Jesús a un costado de la Cruz Roja.
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El nacimiento de los churos Ayón
La historia de los churros Ayón comenzó hace 70 años, con su padre, el señor Jesús Ayón, quien colocó su primer carrito de churros junto al Monumento al Soldado Desconocido, en Leyva Solano y Andrade, en pleno centro.
Pero cuando iniciaron la construcción de la antigua Central Camionera, se movió a un costado de la Cruz Roja, donde a la fecha continúa su hermano.
“Mi papá vendió churros toda su vida. Mi hermano Jesús, desde que nació, lo acompañó en la carreta. Lo veía cargar la masa. Cuando mi mamá murió, mi hermano le dijo a mi papá que ya no trabajara, que él se haría cargo y así fue”, dice María de los Ángeles.
María de los Ángeles inicia su negocio
En 1998, María de los Ángeles, ingeniera química de profesión, y su esposo Jesús Rosario Corvera llegaron a vivir a Santa Fe, pero fue hasta el 2000 que montaron un negocio de churros afuera de su casa, de manera independiente.
“Le dije a mi papá que quería vender churros afuera de mi casa y me regaló todo para empezar. Nos enseñó a hacer la masa, y desde entonces, los sábados y domingos vendíamos churros afuera de nuestra casa. Era un ingreso extra”, recuerda con añoranza.
Nueve años después, en 2009, cuando el Tecnológico de Monterrey le ofreció una beca a su hija Glorita para estudiar ingeniería mecatrónica, María de los Ángeles sintió que no podría apoyarla y perdería la oportunidad, pues el dinero no alcanzaba.
Pero su hermana mayor, a quien ya se le habían graduado sus hijos, le ofreció el punto de venta que en 1990 inició frente a las oficinas del Issstesin. Fue así que, junto a su esposo, María de los Ángeles, hoy maestra jubilada del Conalep, continuó con el legado familiar.
"Mi hermana me dijo: ‘Yo ya no voy a vender, vente acá al Issstesin y con eso le pagas a la Glorita’, y me pasó el puesto. Yo lo tomé sabiendo que esta era una gran oportunidad para que mi hija pudiera estudiar", recuerda con nostalgia María de los Ángeles.
En esos años, el esposo de María de los Ángeles, Jesús Rosario Corvera, trabajaba en una empresa, y su hermano Jesús Ayón, quien le regaló una camioneta, le enviaba la masa en un taxi todos los días para la venta de churros ahí frente al Issstesin.
La receta de los churros, un secreto de familia
El negocio ha cambiado con los años, pero la esencia permanece intacta. La receta de los churros Ayón sigue siendo un secreto bien guardado, transmitido de generación en generación.
“La clave está en la harina, es algo que hemos aprendido de nuestros abuelos, y seguimos manteniendo”, asegura María de los Ángeles.
Pero no solo la receta ha pasado de mano en mano, también la pasión por este trabajo que además de ser un medio de vida, es una forma de mantener viva la memoria familiar.
A pesar de que su hija, ahora adulta y casada en Monterrey, ya no está en Culiacán, el negocio de los churros sigue siendo una parte fundamental de su vida.
“Pensé que cuando mi hija se graduara, en 2015, dejaría de vender churros, pero mi esposo se quedó sin trabajo y los churros nos sirvieron como distracción, para estar activos. Es un trabajo muy noble”, explica con tranquilidad.
La venta de churros se ha convertido en su refugio, en una tradición que, aunque demanda esfuerzo durante seis meses al año, les permite seguir adelante.
Y aunque el contexto de inseguridad en Culiacán ha obligado al matrimonio Ayón Corvera a ajustar sus horarios, destacan que sus fieles clientes no les han soltado de la mano.
"Antes vendíamos hasta las 9 de la noche, pero ahora cerramos a las 7; y salimos de la casa 15 minutos antes de la 4 de la tarde", cuenta María de los Ángeles mientras prepara un pedido.
“Lo que nos distingue es la calidad”, dice con humildad, atribuyendo parte del mérito a su esposo, de profesión ingeniero bioquímico. Y aunque muchos no conocen la historia de los Ayón, algunos les reafirman: “Estos churros son más buenos que los de la Cruz Roja”.
El legado de los Ayón sigue creciendo, y la historia de estos churros, que han endulzado paladares y corazones por más de siete décadas, sigue viva, con la promesa de que las próximas generaciones seguirán el mismo camino.
Con sus churros, María de los Ángeles endulza paladares en pleno corazón del sector Humaya.