Enrique y Trinidad: Un matrimonio que endulza las mañanas con atole y gorditas en Los Ángeles
Con sabor y calidez, Enrique y Trinidad han convertido su venta de atole y gorditas en una tradición en Culiacán
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En el fraccionamiento Los Ángeles, en Culiacán, cada mañana Enrique Franco Félix, de 73 años, y su esposa Trinidad Mendoza León, de 62, inician su jornada cuando aún reina la oscuridad.
Desde hace 14 años, este matrimonio ha construido un pequeño negocio que se ha convertido en una tradición para los vecinos: la venta de atole, pinole, avena, chocolate y gorditas.
Don Enrique, pensionado tras más de 50 años de trabajo en la construcción, encontró en este emprendimiento una manera de complementar sus ingresos y mantenerse activo.
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Su esposa, con manos hábiles y un sazón inigualable, se encarga de preparar los productos con esmero, comenzando sus labores desde las dos de la madrugada para que todo esté listo a las cinco y media de la mañana, cuando llegan los primeros clientes.
Los Ángeles, un hogar con clientes fieles
La historia de esta pareja es testimonio de esfuerzo y perseverancia. Hace 20 años llegaron al fraccionamiento, donde han construido no solo su hogar, sino también una comunidad de clientes fieles que valoran la calidad de sus productos y el trato cálido que reciben.
"La gente viene porque sabe que aquí se les atiende con cariño y con buen sabor", comenta Enrique con una sonrisa para Tus Buenas Noticias.
Juntos han formado una familia de cuatro hijos: Nidia, Briseida, Eligio y Enrique, todos ya adultos e independientes. A pesar de que el matrimonio podría disfrutar de un descanso tras años de trabajo, han encontrado en su negocio una fuente de sustento y satisfacción.
"Esto nos ayuda a completar los gastos y nos mantiene ocupados. No se gana mucho, pero cada peso cuenta", explica don Enrique.
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La familia Franco Mendoza trabaja en equipo
La rutina de la pareja es exigente. Trinidad, con la disciplina que da la experiencia, inicia la preparación de la masa para las gorditas y las bebidas mientras Enrique se encarga de la venta.
Antes de las diez de la mañana, la mayoría de sus productos ya se han agotado. "A veces nos quedamos sin avena o sin algún ingrediente, pero siempre buscamos la manera de seguir adelante", relata Enrique.
Los clientes, muchos de ellos habituales, aprecian la calidad y el esfuerzo detrás de cada producto. "Aquí la gente regresa porque sabe que lo que vendemos es de buena calidad y con buen sabor", dice Trinidad con orgullo.
A pesar de los desafíos que implica el trabajo diario, el matrimonio encuentra en su negocio una razón para levantarse cada mañana con entusiasmo y recibir la ayuda de sus hijas Nidia y Briseida.
Para ellos, el éxito no se mide en grandes ganancias, sino en la satisfacción de seguir siendo parte de la vida de su comunidad.
Con cada vaso de atole y cada gordita que venden, reafirman que el trabajo honesto y el amor por lo que se hace son la receta perfecta para vivir en armonía con un sustento satisfactorio.