Un medicamento “controlado” llevó a Daniel al mundo de las drogas y ya no tuvo control

Con las drogas empezó a perder la confianza, amistades y familiares. en adelante nada es agradable, ya ni el efecto de las drogas. Con 21 años, Daniel conoce la amargura de una vida en adicción.

Por: Kenia Meza

El frío estrujó su alma y la soledad lo empujó a intentar ponerle fin a su vida. Sentado en la esquina del colchón, Daniel García tomó una pistola, revisó que estuviera cargada y decidió colocarla en su boca. El tiro no podía fallar y… ¡le jaló! Para su sorpresa, el arma se encasquilló (trabó) y la vida le otorgó otra oportunidad para renovar su caminar; pero que su vida no terminara en ese momento bastó para que él pensara que ni la muerte lo quería. Este es el único escenario real que te regala una vida fundida en adicciones… por esta vía todos los caminos conducen a problemas y muerte.

Con 21 años, Daniel García Cortés lleva un largo recorrido por los vaivenes de la vida. Pero en su testimonio, no menciona el haber tenido la oportunidad de conocer lugares nuevos, entablar conversaciones con extraños o cursar alguna carrera. Su historia se enfrasca en el infierno de las drogas donde entró por voluntad y le faltó voluntad para salir.

Todo comenzó cuando apenas era un chiquillo que correteaba por los pasillos de la casa de su amada abuela. Risas y apapachos lo colmaban cada que visitaba a su ‘viejita’. Pero la ley de la vida es compleja, y a sus nueve años vivió la pérdida de una de las personas más importantes en su vida. Tal fue su tristeza que perdió el rumbo.

El fallecimiento de su abuelita ocasionó en Daniel una inmensa tristeza que no podía sanar en casa. Salidas nocturnas a la calle sin permiso y problemas en la escuela fueron los indicios de una vida vacía. Hasta que su comportamiento causó estragos en su núcleo familiar: robo de dinero y teléfonos para conseguir más dinero y perderse durante tres días, lo llevaron a distanciarse de sus padres. 

Preocupados por su pequeño, los padres de Daniel buscaron ayuda profesional para poder subsanar sus heridas, y la respuesta que encontraron fue que sufría de trastorno de déficit de atención e hiperactividad, por lo que le recetaron tomar pastillas para limitar su energía.

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Al ser una recomendación de un profesional, sus padres no dudaron en comprarlas para que Daniel comenzara a recapacitar. Pero, en lugar de ayudar sólo lo perjudicaron. Ya no sólo debía combatir la pérdida de su amada abuela y mente distraída; el medicamento le provocó depresión y baja autoestima.

Conforme Daniel iba creciendo, no demostraba destellos de vida de un adolescente sano. Las pastillas ocasionaron un bloqueo en su mente que no le permitía socializar con personas a su alrededor. 

Con el afán de recuperarse, la dosis comenzó con una pastilla al día. Su familia ni el mismo Daniel previnieron que se generara una adicción. Así que pasó de ingerir una pastilla al día, después fueron 2, 3 hasta llegar a 7. Fue así como un medicamento se convirtió en su principal enemigo.

La dependencia a las pastillas fue tan grande que Daniel no podía dejarlas y al sentir que el medicamento “no le hacía efecto”, decidió aventurarse en el mundo de las drogas.

Su primera opción fue el alcohol. Tragos de amargo licor lo acompañaron un tiempo, pero no lo dejaron olvidar su vacío. Después probó la marihuana y los “toques” tampoco le dieron la satisfacción anhelada. Su necesidad por saciar su corazón lo impulsó a caer en las garras de la cocaína y fue con esta droga donde encontró la perdición.

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Cada pase “lo ayudaba” a olvidar por un momento la soledad, la tristeza y la frustración que apretaba su conciencia. Pero entre más consumía, descubría que el efecto “bajaba” por lo que necesitaba subir la dosis para satisfacer su necesidad. Ahora, inhalar cocaína en grandes cantidades no bastaba, por lo que recurrió a crear una “capirotada de drogas” que incluía: el activo, la piedra y el cristal.

Ya no sólo debía soportar la indiferencia de su familia, su corazón apretado y el caos de su mente. En este punto, las drogas ya habían cambiado el semblante de Daniel y no podía verse como un joven sano. Al contrario, enflacó y las ojeras remarcaban el sufrimiento de su alma.

Y para el colmo, lo corren de su empleo por su problema con las adicciones. Esta es la realidad que ofrecen las drogas a las personas que deciden “encontrar refugio en ellas”. Para Daniel, la vida fue empeorando, puesto que comenzó a sufrir problemas en el riñón y el hígado. Desmoronado pensó: “Ya no puedo consumir otra vez, ¿no?”.

“Lo que más me duele es el no poder hablar con mi familia. Llevan cinco años que yo no le hablo a mi mamá, que no veo a mis tías, realmente que no saben nada de mí. Entonces, lo que me lastima es eso. Que a pesar de que por un consumo me alejé de mi familia, ¿no? que ya no nos podemos ver. La última vez que traté de comunicarme con ellos fue como para hacer un bien para mi prima, ¿no? Entonces decirle, ¿sabes qué? Estoy dentro de un programa de créditos del gobierno y te quiero meter para darte una ayuda ¿no? Entonces a mi me dicen -¿sabes qué? Ya no queremos tu ayuda, ya nos hiciste mucho daño como para que vuelvas a hacernos daño. Tu no eres de nuestra familia- Así me lo dijeron, tu no eres familia nuestra, tú no eres nada mío”.

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Con las drogas empezó a perder la confianza, amistades y familiares. en adelante nada es agradable, ya ni el efecto de las drogas. Con 21 años, Daniel conoce la amargura de una vida en adicción. Se dio cuenta que solo en 2 décadas de vida ya perdió todo y decide parar.

Consciente de su edad y de todas las alertas que logró superar, hoy es un joven que con valentía comparte su testimonio para alejar a otros adolescentes que pueden estar viviendo situaciones similares o peores a las que él vivió, y mostrarles la realidad que las drogas regalan: un infierno.

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