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El Responso: la fiesta indígena que une a los pueblos con la muerte

Cuando el Tecolote canta anuncia la llegada de la calaca y al ver al cielo, se agradece por la vida de la persona.

2 noviembre, 2020
El Responso: la fiesta indígena que une a los pueblos con la muerte
El Responso: la fiesta indígena que une a los pueblos con la muerte

Cuando el Tecolote canta anuncia la llegada de la calaca y al ver al cielo, se agradece por la vida de la persona

El profesor de educación bilingüe Bicultural oriundo del Ejido Zapotillo Número uno, Ahome, Sinaloa, Nicolás Gómez García, en un esfuerzo por compartir lo que existe en la tradición oral entre sus hermanos del pueblo mayo, relata la experiencia de el responso. Un acto que explica el paso de la vida a la muerte para este pueblo indígena.

Lee: Responso: el descanso eterno para el pueblo Mayo-Yoreme

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“Aún no aparecía el lucero en la madrugada, cuando se escuchó repentinamente el canto del búho por el camino viejo que da a la casa de don Pedro Buitimea. Casi todo el vecindario se dio cuenta de la presencia de este animal nayutero porque a esas horas los yoremes alistan sus palas, machetes y sus bules con agua, meten al morral los ricos tacos de quelites y nopales con chile, para ir a trabajar al campo.

A muy temprana hora, apenas rayaba el sol por el horizonte, cuando la vecina de enfrente llegó a mi casa un tanto nerviosa a platicar lo que había escuchado ese día, acomodándose en la silla decía:“Como que iba y venía y se sentaba a cantar encima de los guamúchiles, sé que alguien va a morir, cuando anda rondando por aquí cerca de nosotros esa ave de malagüero, seguro es que anuncia “Antenoche los perros no me dejaron dormir, se la pasaron ladre y ladre aullando bien feo, como que veían a alguien, que raro ¿verdad? Pues dicen, que los perros ven en la noche el alma en pena de quien va a morir. Inquieta la vecina se acomodaba la punta de su reboso.

¿Umaba con detalle “Aquél que se va a petatear, dicen que su espíritu sale de su cuerpo a juntar sus pasos, bueno, tú sabes que las personas de antes eran bien supersticiosas y se imaginaban cosas pero, en todo esto tú, vecino, ¿cómo lo ves? “Pues, si, así dicen, mis respetos para los que creen y dicen todo esto, porque cuando el tecolote canta no hay de otra más que difunto seguro“. Comentó sin vacilar Anacleto Júchasko.

Como al tercer día del inesperado canto, dicho y hecho, amaneció muerto un viejo conocido del vecindario. Luego se comentó que su muerte fue repentina, pues aparentaba estar sano, se le veía últimamente arreando burros, cortar leña, y bromear con sus amigos. Después de aquel deceso inesperado, ya no se escucharon risas, juegos, ni bromas cerca de donde vivían los familiares del finado, el ambiente se tornó en total silencio.

Inmediatamente se corrió la voz como de pólvora por todas partes, llegó la noticia a oídos de los padrinos del difunto; éstos llegaron un poco antes de la hora, cargando un trozo de carrizo en sus manos y dirigiéndose a los dolientes, diciendo que estaban a sus órdenes y que estarían encargados de velarlo y de hacer lo necesario hasta darle cristiana sepultura.

Enseguida, llegó a caballo un señor, de oficio rezador, al desmontar se quitó apresuradamente las espuelas y encargó la bestia con el vecino de lado; era don Darío, una persona amable muy conocida, alto, de complexión delgada, bien vestido, portaba un elegante sombrero de palma; se apreciaba notoriamente en su pecho lampiño por la abertura de su camisa un poco desabotonada, un pequeño escapulario.

El rezador se inclinaba brevemente, al mismo tiempo se descubría su cabeza al saludar, llevando las palmas de sus manos lentamente al pecho en señal de respeto, “Líos enchi aniaabo Ketchem al lheyya, yoturim”. (Dios les ayude, tengan buen día señores). Abrazaba y daba el más sentido pésame a los dolientes principalmente.

Una señora alta, delgada, bañada en un mar de lágrimas, mientras que otra mujer la abrazaba sobándole su pecho, le pedía que se calmara tantito. “¡Ay, ay, ay, que dolor Dios mío, qué sufrimiento, me dejó mi viejo!“, exclamaba sollozando con palabras entrecortadas la viuda, de aproximadamente 50 años de edad. Secándose las lágrimas con el rebozo de sus hundidos y cansados ojos, sin hallar consuelo, con su mirada clavada en el cuerpo inerte y aclamando al cielo por la irreparable pérdida de su amado esposo.

“Ay, ay, ay…! “Yo sé, sé que es tan difícil aceptar lo que pasó, pero el único que manda aquí en la tierra es el Creador“, decía moviendo la cabeza y cubriéndose el rostro con las manos. “Así es amiga, respondió don Darío. “Ya no llores, no te atormentes más porque te puedes enfermar mujer, hay que aceptar, lo que pasó ya pasó, somos como el viento buen hombre para su consolación.

Al pardear la tarde, se dejaba escuchar claramente entre los árboles el canto de algunas avecillas de color café, otras más pequeñas, verdes con manchas rojas, anunciaban que pronto caería la noche, en ese momento sacaron el cuerpo del finado a un portalito, acomodándolo en una tarima de madera, tejida tupidamente con correas de cuero de vaca, misma que cubrieron con un petate y una sábana blanca. Del patio sacaron la cruz que estaba clavada, la trajeron y se la pusieron enfrente de su cabecera y sobre ella recargaron los seis trozos de carrizo. Dicen que para darle protección a su espíritu.

Uno de los padrinos antes de ponerle la mortaja, se acercó al cuerpo le quitó la botonadura a la camisa, lo mismo hizo al pantalón, porque con esto, el alma entrará al cielo sin ninguna dificultad.

Por la noche el rezador y la cantora, su ayudante, con enaguas largas, floreadas y rebozo negro sobre su cabeza, iniciaron paulatinamente el ritual; primeramente con palabras de consolación a familiares, luego con cánticos seguidos de algunos rezos importantes que se dejaban escuchar en voz alta: “Ten compasión Señor, ten misericordia de tu ser querido que has a levantado, te encomendamos el alma de tu siervo Agustín Béruchi aunque haya muerto para el mundo, goza vida para ti Señor; tu perdón y misericordia imploramos, limpia las manchas que tuviera por la fragilidad de su naturaleza por ti, altísimo Señor“.

Después de todo, las palabras de consuelo vinieron a reanimar un poco el corazón de los dolientes, por lo tanto, constituyen un báculo para soportar y desafiar momentos difíciles que se presentan en la vida.

Estas liturgias se efectúan comúnmente entre los yoremes Mayos, son de carácter religioso y como dicen ellos, no son ajenos al legado por el evangelismo español de los que vinieron a conquistar estas tierras; las escrituras abarcan todas las ceremonias que cubren las necesidades y todas las bendiciones.

Al velorio no faltaron los amigos y parientes que sin más permanecieron hasta altas horas de noche, allí sentados a la luz de la luna, pero luego de escuchar el ritual, de tomar su taza de café, ponche con piquete, enseguida se iban poco a poco a dormir a sus casas.

Al siguiente día, muy temprano, dio inicio el jinánqui, (procesión) los ahijados levantan el cuerpo con todo y tarima para llevarlo al sepulcro, pero antes hacen un recorrido alrededor de la casa, lugar en donde fue su última morada con el fin de que el difunto recoja sus pasos donde anduvo por mucho tiempo y según las creencias, para que no tenga ningún pendiente de su parte y se vaya pronto de este mundo.

El cortejo fúnebre emprendió su marcha en dirección a la capilla sagrada que es considerada la casa de Dios. Lugar donde rezaron fervorosamente y rindieron un reconocimiento por su vida ejemplar y por el descanso eterno de su alma. A su término todos se persignan devotamente y a la orden del tañer de la pequeña campana que pende en la entrada, se levantan y sacan al cuerpo con todo y tarima, ahora con rumbo al panteón.

Este lugar, es también conocido como morada de las ánimas, donde se halla lista una fosa; al llegar lo acomodan a un costado del hoyo, pues antes, el yoreme con fervor y con voz al cuello imploraba: “Piedad, piedad Señor. Aludiendo que el alma vive después de la destrucción del cuerpo. Después de la muerte sigue otra etapa de vida en el mas allá, no hay cosa mas natural que hacer votos y oraciones para proporcionar felicidad de las almas de nuestros parientes y amigos que trebolan decía el buen hombre al mismo tiempo que familiares y amigos del fallecido arrojan alrededor de su cuerpo puñados de tierra, de flores frescas y pétalos de rosas, dándole el último adiós para siempre.

De acuerdo a las creencias en este medio, reconocen que su alma recibió estos parabienes y bendiciones para que se vaya directamente al lugar que corresponde, a la morada celestial, al seno del Señor.

Una vez sepultado el cuerpo, clavan en su cabecera una cruz de madera y uno por uno de los padrinos pasan alrededor en donde está la tumba, hacen un recorrido, dan tres vueltas de izquierda a derecha y finalmente clavan el carrizo que es del tamaño de una lanza de dos metros de longitud, ya que esto significa que el espíritu de Véruchi se protege de malas influencias y así puede descansar en paz; terminada esta despedida todos quedan conformes y estando de pie inclinan su cabeza en dirección a la salida del sol, dando gracias al Creador.

Al culminar con el entierro, el punto que sigue es que al término de ocho días se llevará a cabo una importante ceremonia que se denomina EL RESPONSO. La señora Viuda y su hijo, el mayor de la familia, se reúnen y les dicen a los señores: “dentro de ocho días les invitamos para llevar a cabo la celebración del responso. Consideramos que es el rezo que se va a hacer en honor a mi esposo es el último para cumplir tal y como llevamos a cabo nuestras creencias, ah, si se pueden venir temprano, no olviden invitar a sus familias, por favor, porque es mucho el trabajo y mucho les agradecería que nos ayudaran para que el responso empiece antes de la metida del sol. El Señor sin pensarlo mucho contestó: “está bien señora, está bien, así como usted nos dice, vamos a caerle pa acá con el favor de Dios. Aquí estaremos, no se preocupe “. Respondió el del sombrero negro y de guarache de tres puntadas. “Si señora, allí estaremos“. Despidiéndose de mano, al igual que los otros cinco moviendo su cabeza aceptaron la invitación. Otro día, en casa de la señora viuda, a una de sus nietas su propia progenitora le llamó la atención gritándole: “¡Furgencia, Furgencita!, no barras por favor mija, por favor deja la escoba, venga, mejor ponte a hacer otra cosa, hay que esperar hasta que pasen los ocho días, apenas está recién enterrado tu Tata “. Le dijo.

Inmediatamente dejó la escoba y preguntó: ¿Por qué Mamá Grande, por qué no debo de barrer? No debes de hacerlo en este momento”. Le respondió nuevamente su abuela. “Porque es malo, dicen que es de mala suerte, que uno barre a la familia para al hoyo, es decir, se van al panteón, por eso hay que esperar hasta los ocho días.

Pronto transcurrieron los ocho días; aproximadamente a las seis de la mañana, cuando el cielo se veía limpio y el ambiente en tranquilidad, se escuchó el detonar de varios cohetes en el cielo. La mayoría de moradores sabían lo que significaba esto, pues era el día de la celebración del responso por la muerte de Véruchi allí en donde falleció. Por supuesto, todo mundo quería ir al responso, más bien a comer y a saborear el cocido (wakabakki) frijol con hueso, albóndigas y el rico menudo con cebolla picada, chile y limón, que a cualquier yoreme se le antoja aún más cuando se trata de un responso, pues nadie, nadie se lo pierde.

Las mismas personas que se encargaron de darle cristiana sepultura, llegaron muy temprano junto con sus esposas para colaborar en los quehaceres y tareas específicas: barrer, tostar y moler el café en el metate, sacrificar algunos animales y preparar los alimentos. Las comadres, compadres, y la familia del difunto pronto se atarearon un poco antes del mediodía. Úrsula, la viejecita movía y movía su mano diestra con un cucharón de madera incansablemente, viendo fijamente la olla para que no se le quemara el café de grano, le echaba azúcar y seguía meneando. Casi no volteaba a ver a nadie, estaba atenta en lo que hacía.

Don Margarito Camma, el Venado, así con ese nombre le reconocía la gente, preocupado por que las horas transcurrían muy luego, le decía a su amigo: “Oiga hombre, ayúdame, ven tantito, agárrale aquí de este lado, apriétale bien fuerte al hilillo. Aquí mira, corta éste otro, más o menos que tenga una cuarta de largo para amarrar el trozo de carrizo, así por arriba hasta que tome figura el armazón”.

Con sus manos ásperas, ágilmente entretejía, amarraba y enrollaba uniendo cada pedazo de carrizo en sus vértices, tratando de terminar el armazón lo antes posible y desocuparse. Al concluir esta empresa laboriosa, éste representaría al cuerpo del difunto, al que inmediatamente lo llevan y acomodan sobre una mesita que está en el mismo lugar en donde falleció. En ese instante, se acerca un par de mujeres mayores que se encargaron de adornar con flores que habían traído anticipadamente.

Otra persona trajo cuatro palmas de dátil, se veían que estaban recién cortadas. Cavó cuatro hoyos en la tierra a la altura de los extremos de la mesa, enterró el extremo duro doblando la puntas hacia arriba hasta darle forma de arco, que también adornaron no con flores, sino con alimentos y frutas de temporada, (plátanos, naranjas pan, tamales, coricos, y uno que otro envoltorio que al parecer se trata de tabaco para hacer cigarros de hoja). Estos colgajos que pendieron con trozos de hilo de maíz sobre el arco, al concluir todo ello, daba el aspecto de que yacía un difunto en un altar bien adornado, al cual colocaron y prendieron velas sobre el suelo en su rededor.

Al oscurecer de ese mismo día, la gente empezó a llegar al responso que daba inicio con la quema de cohetes, cohetones y rezos, entonando cánticos, El rezador empezaba diciendo: “Nos entristece y nos recuerda una vez más el punto del que el ser humano en la tierra en ocasiones es breve la permanencia, pero en este momento, es triste para nosotros recordar a este hombre. Nuestra fe nos ha de confortar, por ello nuestra esperanza no debe titubear siempre vamos a encontrar consuelo en el altísimo en esta tribulación”. Todos escuchaban con atención las palabras del rezador, aún no terminaba de narrar estos sucesos de la muerte cuando la señora viuda soltó en llanto.

Al mismo tiempo algunas mujeres voluntariosas se veían que entraban y salían a una cocinita de chinami construida con palos de vara blanca. Sacaban de adentro tazas de café con pan para darle a la gente que estaba en el patio, algunos sentados sobre viejos troncos de mezquite sobre el suelo, platicando de todo un poco, tal vez de unas experiencias o de la muerte de algún pariente o de algún acontecimiento importante. “Andalii Camilo. Andili hombre que le pasen ustedes primero a la mesa, ustedes llegaron primero la mesa ya está servida allá les hablan pa que coman”. Dijo Don Anacleto Bacasegua.

Don Margarito Camma, hombre servicial como siempre salía del jacalito limpiándose su boca, como que acababa de cenar. También se acomedía en el responso pues invitaba también a sus amigos: ándale, ándele pasen por aquí de este lado creo que hay lugares para ustedes. Sin pena, dejen la vergüenza a un lado”. Sin pensarlo mucho poco a poco la gente pasaba al banquete ofrecido.

Esta actividad siempre suele realizarse aunque se trate de hacer un recordatorio en honor a un muerto, también sirve como un encuentro en medio de un total respeto donde se estrechan lazos de fraternidad, hermanar y unidad entre gente yoreme.

Durante toda la noche se escuchaban estas palabras por episodios o intervalos de una hora a hora y media el que dirigía el ritual. En frente de una pequeña enramada circundaba la gente, se veían niños jóvenes y mujeres ancianos escuchando atentos a las palabras y prédicas de la persona que imploraba al cielo por el descanso eterno de quien se haya ido de este mundo. En ese momento los caseros empezaron a servir sus alimentos en cada una de las mesas que se hallaban en el patio y a un costado donde se hallaba el pequeño altar todo adornado con flores velas listones.

Este importante evento se prolongó hasta el otro día donde el protagonista principales fueron el rezador y la cantora, y los padrinos respectivamente sin dormir toda la noche, estaban al pendiente del desarrollo y de algunas cosas que se suscitaban en el camino de este evento así mismo, al amanecer el propio rezador marcó el tiempo cuando el sol apenas asomaba sus primeros rayos llamaba a los familiares en voz alta: Vengan aquí por favor, párense de este lado para dar gracias ahorita. Agradecía infinitamente al cielo por haberles permitido amanecer con bien. Enseguida preguntó a familiares que si quienes irían al panteón a llevar al cuerpo que habían hecho de carrizo el día anterior. Algunos aceptaron ir, otros no, ya que estaban cansados y desvelados o enfermos por su mayoría de edad. Después de tomar los sagrados alimentos, algunos hombres y mujeres partieron rumbo al cementerio. Al llegar, el cuerpo lo depositan sobre la tumba donde yacen los restos de véruchi.

Al haber concluido el responso que es de suma importancia para la familia y también para los creyentes, la mayoría de los yoremes gustan de asistir al responso pues les motiva acompañar a los familiares y amigos como también saborear los ricos platillos.

Finalmente todos se saludan ahí mismo, y le piden al todopoderoso, les ayude para seguir adelante con salud y bienestar.”

Tradiciones del pueblo Yoreme Mayo del Norte de Sinaloa. Nicolás Gómez García. p. 45. Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.

Imagen: tomada de la fuente


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