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Un encuentro entre espadas y chimales originó la fundación de Culiacán

La única de las villas sinaloenses fundadas por Nuño Beltrán de Guzmán que perduró a través de los siglos.

29 septiembre, 2019
Un encuentro entre espadas y chimales originó la fundación de Culiacán
Un encuentro entre espadas y chimales originó la fundación de Culiacán

Con un estallido de luz y la engolada voz de don Nuño Beltrán de Guzmán, nació una nueva población.

¿Quién diría que la fundación de Culiacán empezaría en las selvas nativas de lo que hoy es Eldorado? En la creación de la villa de San Miguel de Culiacán, las perlas y el oro, brillaron por su ausencia. Aquí la crónica contada por Antonio Nakayama.

Es indudable que la Corona española no miraba con muy buenos ojos el creciente poderío de don Hernán Cortés, y para frenar su predominio en la Nueva España estableció la primera Audiencia designando presidente al Muy Magnífico Señor don Nuño Beltrán de Guzmán, gobernador de Pánuco, quien se significó como uno de los enemigos más encarnizados del marqués del Valle de Oaxaca.

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¿Quién era don Nuño Beltrán de Guzmán? Sabemos que pertenecía a la más rancia nobleza española y que había hecho estudios de licenciado y ésto nos da la clave de su designación como presidente de la Audiencia. A los conquistadores se les ha descrito como seres llenos de sombra, con alternativas de destellos fulgurantes. Son los típicos hombres del Renacimiento, con todas sus virtudes y sus defectos.

Pero don Nuño, era pura sombra, complementamente negativo. Fue el más sombrío y cruel de los conquistadores. Era vanidoso, sanguinario, soberbio, tenaz y con una energía endemoniada. Era valiente, pero sus aptitudes guerreras no le hicieron descollar como militar y en ese sentido no tiene punto de comparación con Hernán Cortés, como tampoco lo tiene en el campo de la política, pues mientras el conquistador de México era un tipo sereno, flexible y con mucha mano izquierda, a don Nuño lo traicionaban la soberbia y su carácter colérico, pues con mucha facilidad perdía el equilibrio y con ello la partida.

Don Nuño inició las hostilidades persiguiendo y coaccionando a los conquistadores fieles a Cortés, y después la tomó contra los franciscanos, quienes desde el púlpito comenzaron a criticar la conducta nada edificante del Muy Magnífico Señor y sus corifeos. Pero cuando enfocó sus baterías hacia la persona de fray Juan de Zumárraga, la lucha se volvió más enconada. El obispo de México fue objeto de toda clase de agravios por parte de la Audiencia, y su correspondencia violada para impedir que sus quejas llegaran hasta el rey.

Pero Zumárraga era vasco, y como buen vasco, tenaz y decidido, y un buen día don Nuño encontró con que el prelado lo había derrotado. Y como si esto no hubiera sido suficiente llegaron noticias de que Cortés regresaba de España más fuerte que nunca, y, aterrado, Nuño, buscó la solución al problema que se le presentaba, encontrándola al planear una expedición al norte de la Nueva España, siendo su principal objetivo la tierra de las Amazonas, la fantástica región donde solamente habitaban mujeres y abundaban las perlas y el oro.

El ejército salió de la ciudad de México el 29 de diciembre de 1529, y nunca en los anales de la conquista expedición alguna dejó tras de sí el rastro de sangre y de pueblos incendiados como la del Muy Magnífico Señor don Nuño torturó y dio muerte a Caltzonzin, el rey tarasco, y después de pasar por Guanajuato llegó al territorio de Jalisco donde trabó combates con los naturales, y en Nayarit estuvo a punto de sufrir un tremendo fracaso por la inundación de uno de los ríos.

Ya en el suelo sinaloense, el Muy Magnífico Señor dominó al señorío de Chametla, y tras de sufrir la desilusión de su vida en el río Ciguatán, pues las amazonas, el oro y las perlas brillaron por su ausencia, llegó al señorío de Culiacán donde sostuvo enconada pelea con los naturales, en la confluencia del Humaya y el Tamazula.

Los indígenas, al ser derrotados, huyeron por todos los rumbos, y los conquistadores españoles entraron a los poblados, saqueándolos y quemándolos sistemáticamente. El Culiacán de las crónicas, que era un burgo prehispánico tan extenso como lo era la ciudad de Culiacán hace escasos treinta años, y que debe de haberse ubicado en el espacio que se tiende entre Aguaruto y San Pedro, desapareció completamente mercer a la obra destructora de los soldados de don Nuño.

Con la denominación del señorío de Culiacán, don Nuño llegó a la parte más septentrional de su conquista, y, para asegurarla, decidió fundar una población de españoles, cosa que realizó en un punto cercano al actual poblado de Navito, en los márgenes del río San Lorenzo.

El 29 de septiembre de 1531, el jefe de la expedición fundó la villa de San Miguel de Culiacán, con toda la pompa y el ritual a que eran tan aficionados los hombres de la época.

En el lugar escogido -tal vez no lejos del río-, se habían levantado un ahorca y una cruz. El ronco tronar de los atabales españoles y los teponaxtles indígenas llenaba de ecos el silencio de las vegas del Ciguatón, y el ejército y los indios tlaxcaltecas y tarascos que los acompañaban, empezaron a reunirse para presenciar el acto del que nacería un nuevo poblado.

Huidizos y asustados, los representantes de la raza vencida miraban la escena con tristes ojos sin entender lo que veían. El sol del moribundo septiembre y el color pegajoso de la región molestaban a los presentes, pero el nacimiento de una nueva población no es cosa que se repita a menudo, y, por otra parte, no querían despertar la cólera de don Nuño Beltrán de Guzmán, quien no les perdonaría la ausencia.

El escenario era un estallido de luz y de color. El sol jugueteaba con las corazas y rodelas de acero de los soldados españoles, y avivaba los dibujos multicolores de la heráldica indígena en los chimalis de los indios aliados que son sus macanas en la mano enmarcaban la policromía de gallardetes y banderolas.

A poco llegaba el estandarte real de Castilla tachonado de leones y castillos, y otro abanderado se presentaba con una deslumbrante imagen de la Virgen María, pintada en una lámina de oro de más de media vara, rodeada de un exquisito marco formado por ciento ochenta plumas de gran belleza y colorido.

Por último, apareció la escolta personal del jefe de la expedición flameando al viento el guión con el escudo de don Nuño donde lucían armiños y calderos, y al final, montado en brioso caballo, el capitán y general don Nuño Beltrán de Guzmán, vistiendo la rica armadura que es fama robó a don Pedro de Alvarado. Bajo la sombra de un árbol corpulento se situó don Nuño acompañado de sus principales capitanes, y el clamor de las trompetas hizo astillas el aire para indicar que la ceremonia comenzaba.

Con engolada voz, el escribano real leyó el acta por la que el capitán general, el Muy Magnífico Señor don Nuño Beltrán de Guzmán, fundaba la villa de San Miguel de Culiacán, y a continuación señaló los nombres de los vecinos y pobladores, y la distribución de solares. Don Nuño bajó del caballo, y dirigiéndose al centro de la plazoleta que se había improvisado, procedió a las ceremonias rituales en las que cortó hierba con su espada, apuñaló un tronco del árbol y dio altas voces contra el que se opusiese a la posesión del rey.

Tambores y trompetas ejecutaron sus marciales sones, mientras los soldados hacían retumbar el valle con los disparos de sus arcabuces, y los indios aliados llenaban el escenario con sus gritos de guerra. Un reverente silencio se hizo al aparecer el padre Álvaro Gutiérrez, revestido con los ornamentos litúrgicos, para celebrar una misa al Espíritu Santo, y, al finalizar, los vecinos tomaron posesión de los terrenos que se les habían distribuido.

Una nueva población había nacido, y sería la única de las villas sinaloenses fundadas por don Nuño Beltrán de Guzmán que perduraría a través de los siglos.


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