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Con cerveza y cocaína a los 16 Gabriel llevó el infierno a su casa

Recibió siete balazos por andar robando y asaltando a causa de las drogas. Hoy es un hombre nuevo.

1 septiembre, 2020
Con cerveza y cocaína a los 16 Gabriel llevó el infierno a su casa
Con cerveza y cocaína a los 16 Gabriel llevó el infierno a su casa

Recibió siete balazos por andar robando y asaltando a causa de las drogas. Hoy es un hombre nuevo

Empezó su infancia en Culiacán, sólo de mirar a otros jóvenes, con cerveza y cocaína a los 16 Gabriel llevó el infierno a su casa. Desde pequeño junto con su familia se fue a vivir a Estados Unidos. La vida allá la inició metido en las drogas, por eso lo corrieron de la escuela. Ahí empezó el tormento y distanciamiento con sus padres. Hoy empieza a ver con ojos de resiliente.

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“Me acuerdo unos meses antes de cuando terminé la preparatoria, un hermano mío tuvo una enfermedad de sus riñones, y empecé a hundirme más en las drogas, llegué al grado que la cocaína ya no me hacía, y empecé a consumir cristal y cocaína.

Y miraba como mi hermano se debatía entre la vida y la muerte, su sangre la drenaban, le sacaban agua, y yo bien anestesiado, no sentía nada, no me dolía nada, y él sabía que yo consumía pues. Y él sentado en una máquina, se le salían sus lágrimas y me decía muchas cosas, que si por qué no quería vivir bien, por qué no dejaba las drogas, él me decía que él quería vivir y yo matándome, y no me importaba porque no sentía nada”.

Llegó al grado de consumir día con día, sin dormir por semanas, inclusive en meses. Solo llevaba un alud de malas obras, y por voluntad se mantuvo en aislamiento de su familia.

cerveza y cocaína

“De once hermanos yo era la oveja negra de la familia” (dice). “No llegaba a dormir por semanas a mi casa. Mi mamá me esperaba sentada en un portón con el rosario en mano”.

“Muchas de las veces no me importaba si lloraba. Se retorcía, llegó el grado que se enfermó más. Le pegó un paro cardiaco porque Gabriel, era una persona que no le importaba su familia, llegué al grado de aislarme de ellos para que no me dijeran nada”.

Cuando Gabriel se casó, su esposa sabía que él era adicto, pero desconocía que tanto era lo que él probaba. Su matrimonio se fracturaba entre más avanzaba consumiendo más cristal y cocaína en piedra.

Ninguna droga es barata, cada día necesitas más. Gabriel empezó a robar a su familia, les causaba daño económico y él físicamente iba desmereciendo. Sus padres siempre buscaron la forma de que él fuera un buen hijo, le dieron principios, escuela, buena educación… pero Gabriel se fue por el camino barbechado tropezando con las drogas y el alcohol.

cerveza y cocaína

“Recuerdo que una vez llegué a la casa de mis padres bien drogado, con muchos días sin dormir, sin comer, con esa soledad, con esa hambre, con ese frío, llegué al lugar donde estaba mi padre. Él tenía cáncer, recuerdo cuando yo llegué y me dijo que si ¿qué tenía?, que me miraba muy mal. Y yo recuerdo que me agaché para amarrarle el cordón de su zapato y cuando me levanto empecé a ver muchas cosas, mi cerebro estaba cansado, tenía alucinaciones, miraba cosas que no eran. Y a mi padre se le salieron las lágrimas, me decía que me fuera a descansar”.

Gabriel era de carrera larga en un mundo perdido. Pasó nueve años en prisión en California, Estados Unidos, por transportación de drogas y robo a vehículo, inducido por los efectos de estas sustancias psicotrópicas. Su papá perdió la vista y luego falleció cuando Gabriel estaba en prisión.

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Al salir de la cárcel fue deportado a México, su mamá dejó Estados Unidos para seguirlo, pero a él no le importaba nada. No hubo ninguna súplica de su madre que lo doblara.

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“Donde te pongo para que no te drogues mijo, por favor no te drogues, ¿no sientes nada por mí? Le decía de rodillas y con lágrimas. A ella ya le había dado un paro cardiaco, ya le habían puesto un marcapasos en el corazón, “la dejé con diabetes, depresión”.

“Quería que yo fuera un buen hijo, un buen padre, un buen hermano, llegaba y me abrazaba, me decía, mijo, gracias por llegar a mi casa, aquí está tu casa, duerme, te tengo tu comida favorita. Todas esas cosas al día de ahora estoy valorando porque mi madre ya no está, murió hace tres años”.

Antes que su madre falleciera, abrieron un negocio y por un tiempo estuvo sobrio y alejado de las drogas, pero volvió a recaer. Siente que las drogas fueron como un imán hacia él.

“Me decía porque no me das a mi para ver lo que tu sientes, porque eres una persona que no sientes nada por mí, y lloraba mucho. Yo recuerdo que me decía que si no la quería que mejor la matara, porque ella no quería sufrir, ella quería verme bien. Me dijo mijo yo te quiero ver bien, quiero morirme y verte bien, quiero dejarte esto, quiero que estés bien con tu familia, y no fue así, seguí en la vida de la drogadicción”.

Sin dinero para las drogas le dio por robar, asaltar, hasta ser un indigente, durmiendo en las calles, debajo de puentes, con las peores compañías más avanzadas en el vicio. En eso andaba cuando recibió siete balazos. Pero logró sobrevivir.

cerveza y cocaína

“Lo único que recuerdo que miré en el último balazo que me pegaron, yo mire una luz, cuando cerré mis ojos, cuando me levantó la ambulancia, la enfermera me decía que abriera mis ojos, me decía. Yo tenía miedo por abrir mis ojos, yo pensaba que me iba a morir, pero ahí estaba Dios. Yo recuerdo, porque ahí no quise abrir mis ojos y la enfermera me decía abre tus ojos necesito ver tus signos vitales, ese problema pasó porque andaba bien drogado, hacia daño a las personas”.

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Vestido de color naranja Gabriel recorre el pequeño lago y los gallineros de la Comunidad Sinaí, una clínica para las adicciones en la Sindicatura de Eldorado, Culiacán, donde pasa los últimos días de su rehabilitación. Ahí ha vuelto a ordenar su vida. Nada será igual, en su familia faltan su padre, su madre y su hermano.

Hoy confiesa que ha dejado de ser una persona egoísta, chantajista, egocéntrica y manipulador, que solo buscaba el beneficio propio.

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“Soy útil el día de ahora, y que sirvo para algo, y que Dios me está mandando una nueva vida, Dios me regresó una familia, y Clínica Sinaí me está devolviendo mi familia, y mis hijos que mucho los hice sufrir. Mi niña el día de ahora viene me da un abrazo, me grita desde lejos, me da un abrazo, la abrazo y le miro su rostro, todo el amor que me tienen y todo el amor que les tengo, porque el día de ahora sí siento”.

Ahora las lágrimas son de él, en recuperación sólo atina en decir: el día de hoy, ya no soy así…

Christian López/Juan Francisco Sotomayor

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