El daño colateral de las drogas lo sufrió la familia de Carlos González
Ahora su principal motivación es mostrarse así mismo como un hombre de bien y que en algún futuro cercano su hija lo reconozca. Los peores momentos de su vida ya los vivió en la adicción, el resto de sus días los dedicará a enmendar, a desaprender y construir mejor vida con nuevos planes.
“Una persona que consume drogas nunca queda limpia. Nunca. Aunque no lo consuman ya, o sea quedan afectados (...) Toda la familia quedamos afectados de alguna manera”. Luz María Fuentes alzó la voz para exponer la cruel verdad que viven los familiares de una persona con problemas de adicción.
Este es el testimonio de Carlos González, un hombre de 48 años que vivió el infierno de las drogas en las calles de Guadalajara, Jalisco. Y junto a él, arrastró a su familia en este pesar.
Su historia con las drogas empezó en su vecindario, cuando el pequeño Carlitos veía a su vecino drogarse y, sin pena alguna, le ofreció para que lo acompañara en un viaje sin retorno. Su inocencia lo salvó varias veces y el “NO” fue su escudo.
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Carlos siguió creciendo y cuando era un estudiante de secundaria, ya conocía los efectos del alcohol y el cigarro. Fue entonces que después de los 14 años, su curiosidad le ganó y cuando su vecino le volvió a ofrecer drogas, cambió el “no” por un “sí”. Y con un pase, su dirección cambió y se volcó al trance de los estupefacientes.
De tal modo, las drogas fueron guiando su vida; y el consumo se convirtió en su errada motivación diaria. En su entrevista para Malala Academia, no menciona haber culminado sus estudios, lo que señala es que el vivía para disfrutar la vida acompañado de drogas.
Para pagar sus “gustos refinados”, debía trabajar. Pero un día, duró 15 días sin trabajar y la ansiedad generada para seguir consumiendo, lo llevó a aceptar una oferta de trabajo como ratero.
En su labor, lo único que debía hacer era indicar cuando llegara el trailer a asaltar y sus demás compañeros harían el resto. Guiado por la codicia y su deseo por seguir drogándose, no midió las consecuencias. Y a los dos días de haber asaltado el trailer, “agarraron al ratero” y le pusieron el dedo.
Así fue como Carlos cambió su casa, por una cama tras los barrotes de una prisión. Para algunos, caer en prisión puede ser el momento de revelación para alejarse del consumo, pero para Carlos no lo fue.
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Si las drogas cuestan en la calle, ahora imagínense lo que cuesta drogarse en la cárcel. El dinero que recibía de su familia y amigos lo destinó a comprar sus drogas. Pero un día, el dinero se acabó y empezó a endeudarse por su falta de control.
Llegados a este punto, Carlos recibió una golpiza por ser mala paga; además, lo amenazaron con tirarlo del segundo piso del penal o violarlo, si no cubría su deuda. Lo único que quedaba era pedir ayuda a su familia.
Preocupada por su hijo, Luz María pagó la deuda y en un acto desesperado por recuperar a Carlos, se hincó ante los vendedores de drogas y con lágrimas en los ojos les rogó que ya no le vendieran droga a su hijo.
Dicho acto de “humillación” provocó en Carlos un sentimiento de culpa enorme. Y su querida madre, al salvarlo por última vez, le dejó en claro que para ella había sido una vergüenza el haber pasado hambre para poderlo ayudar y le afirmó que aunque fuese su hijo no iba a acabar con ella.
Fue así como Carlos despertó del trance y se dio cuenta que el regalo de las drogas fue quedarse solo. Distanciado de su familia, este hombre no sabe lo que es pasar tiempo al lado de su hija ya que ella no quiere saber nada de él.
Carlos González ya no consume drogas. El temple y la entrega de su madre, le mostró que puede poner rectitud a su vida. Ahora su principal motivación es mostrarse así mismo como un hombre de bien y que en algún futuro cercano su hija lo reconozca. Los peores momentos de su vida ya los vivió en la adicción, el resto de sus días los dedicará a enmendar, a desaprender y construir mejor vida con nuevos planes.
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