“Mi hija era inocente de mi drogadicción, de mi perdición” asegura Cecilia
De ser una alumna sobresaliente a vivir una experiencia cercana a la muerte con el roce de una bala en la cabeza y tres abortos, sería una historia que sólo esperas ver en una película; Pero para Cecilia Denisse De Niz, es su realidad. “No pasa nada”, te susurran las drogas, pero lo que pasa es una vida de sufrimiento.
Sufrir abusos a corta edad, no es un pretexto para terminar como un maleante; pero sí puede ser un factor que incita a una persona a dejarse llevar por el mundo de las drogas. El sufrimiento y la falta de empatía provoca rechazo en los seres humanos.
Cecilia Denisse fue una niña aplicada en la secundaria. Fue la primera en su clase. Siempre le atrajo el relajo y la “vida en las calles” por lo que fue sencillo conseguir sustancias. Uno de sus amigos vendía “mota” en su escuela; y ella, al no saber lo que era, se llenó de curiosidad y alegría como “niña con juguete nuevo” cuando su “amigo” le regaló una bolsa. Corriendo fue a presumirle “el regalo” a su querida hermana. Su cómplice de aventuras. Cecilia era apenas una niña de 11 años cuando comenzó a consumir marihuana y tabaco.
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La aventura de las drogas provocó que las hermanas convivieran aún más. Para Cecilia, el cigarro era la mejor opción para relajarse y, ¿por qué no? Una cervecita para disfrutar el recreo en la secundaria.
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Irse de “pinta” fue el pan de cada día y al sentirse más como varón que como mujer y sufrir el rechazo del sexo opuesto, vio en la marihuana, el cigarro y el graffiti una táctica para llamar la atención de los chicos. Dejar su huella en las paredes, pareció gracioso en su momento, pero lo que no previó fue el largo y pesado camino que le tocaría vivir en el futuro.
A sus quince años, su familia intercedió por ella; el olor a cerveza, marihuana y cigarro la delataron y fue el foco rojo que los incitó a llevarla a un centro de rehabilitación.
En lugar de tener la ilusión de vivir la experiencia de una fiesta de XV años, su familia se vio obligada a internarla en un centro de rehabilitación para ayudarla. “Fue algo muy difícil porque me llevaron a servir aguas, con engaños, me acuerdo que lloré mucho porque me dejaron en un lugar que yo no conocía”, expresa con un sentimiento que aún la hace sentir confundida.
Pero, ¿cómo fue posible que una joven con excelentes calificaciones se viera atraída por este mundo?
Rosa, su hermana asegura que todo se deriva de que a muy corta edad, conocieron personas que las guiaron por el mal camino; probar la droga y salir de fiesta, fue la solución que se les ocurrió para lidiar con sus problemas de baja autoestima, causados por su sobrepeso e inseguridad.
Sin embargo, Rosa se propuso a mejorar sus hábitos y como Cecilia la seguía, empezaron a ejercitarse y a comer mejor; pero su necesidad de aceptación las llevó a caer problemas alimenticios como la bulimia.
Aún al día de hoy Rosa lleva en su pesar el remordimiento de no cuidar de su hermana menor. Asegura que por drogarse la descuidó y fue un mal ejemplo para ella.
Desde pequeñas, Rosa y Denisse tuvieron por compañeros al rechazo y la inseguridad. Pero eso, no fue lo peor. El abuso no inició ahí.
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La mala relación de Cecilia con su madre, así como todos los conflictos que tenían en su familia provocaba que la jovencita buscara causar daño y robarle a su madre.
Con remordimiento y cierto dejo de dolor, Rosa recuerda la voz de su madre diciéndoles que para ella era una vergüenza que fueran sus hijas.
La vida de Cecilia continuó. Las drogas seguían siendo sus compañeras constantes. Ahora bajo el cobijo del cristal.
En las andadas, a Cecilia le tocó padecer la pérdida de un hijo en plena calle. Sin embargo, sus adicciones fueron más grandes. Tres abortos espontáneos no fueron suficientes para liberarse de esas cadenas que la ataban.
Esta mujer no sólo fue consumidora. También le tocó vivir en casa de amigas que hacían el “business”. Estando allí, un día cualquiera, le tocó escuchar ruidos, “tas, tas”; se levantó del sillón y vio a hombres armados que comenzaron a disparar. En cámara lenta, vio cómo una bala rozó su cabeza y terminó reventando un garrafón de agua que estaba en una silla. Por instinto de supervivencia, tomó a su amiga que se encontraba enseguida de ella y se encerraron en un habitación mientras esas personas saqueaban la casa.
Sus roomies abandonaron la casa y Cecilia se quedó sola. Al no escuchar ruidos, decidió salir de la casa sólo con una caja de zapatos en mano; para su sorpresa, las autoridades ya tenían rodeado el inmueble, “arriba las manos” escuchó.
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La inspección e interrogatorio comenzó, hasta que su papá llegó y le preguntó por qué no se había ido, Cecilia no sabía qué responder puesto que estaba en un trance por la droga. “¿Por esto no te fuiste?” cuestionó su padre señalando la caja de zapatos, “sí, es que son mis cosas… porque yo no tengo nada”. Un pantalón, una camisa, un desodorante y un jabón fueron suficientes para arriesgar su vida.
Para Cecilia y Rosa la vida no fue fácil. Desde pequeñas sufrieron el rechazo de su madre, la separación de sus padres e inseguridades que quisieron subsanar con drogas.
“Quería que al menos cuando platicara con ella, sintiera algo de amor, que no sintiera tanto rechazo porque la lucha que llevaba con mi madre …ella tenía miedo de venir a casa, tenía miedo que si se quedara dormida le tendieran una trampa. Me tocó estar aquí un día, en este mismo comedor, estaba casi toda la familia reunida y de repente entraron unos hombres y se pararon en la puerta del comedor y dijeron quién es, a quién nos vamos a llevar, es ella o es la otra, y uno de mis tíos señaló a mi hermana “es ella”; mi hermana ya sabía la dinámica, se levantó y no puso resistencia”, con lágrimas en su rostro confesó Rosa.
La vida le daría una nueva oportunidad con el nacimiento de su hija. Cecilia recuerda que al dar a luz tuvo la oportunidad de ver a su hija recién nacida y se sorprendió al ver que tenía los labios separados. “Yo no la quería abrazar, yo decía ‘es que mi esposo no la va a querer’”, gritaba desesperada por no saber qué tenía la pequeña al grado que sólo alcanzó a darle un abrazo antes de desmayarse. Tres días pasó la bebé en la incubadora, y el regalo que le dieron las drogas fue que su hija naciera mal, confesó Cecilia con un vacío en el corazón.
“No nada más, tú como consumidor te echas a perder la vida, sino que tu gente a tu alrededor, toda la gente que tienes a tu alrededor y que te quiere también les haces daño. Tanto que yo, que todos los días miro a mi hija, todas las mañanas que yo abro mis ojos y la veo dormida; yo a veces me siento tan mal que digo: ‘le eché a perder su vida, le van a hacer bullying en la escuela, le van a decir cosas’; sí así de pequeña en algunas fiestas los niños no quieren jugar con ella, no la quieren porque está rara, dicen que es rara y digo: ‘¿qué hice para hacerle eso a mi hija?’”, reconoció con lágrimas en los ojos.
“Mi hija era inocente de mi drogadicción, de mi perdición”, pero Cecilia no podía alejarse de las drogas, la tenían atrapada. Era tal su adicción que cuando iba al kínder por su pequeña, aprovechaba para fumar en el baño de la escuela enfrente de la menor. Lo único que quería era dejar a su hija con alguien para ella seguir consumiendo, “me desesperaba tenerla aquí, porque yo quería consumir (...) Ella me estorbaba, suena cruel pero así es”
A sus 29 años, Cecilia comparte su historia para demostrar que el infierno de las drogas es real y que no afecta sólo al consumidor, sino a todos sus seres queridos. Hoy está dispuesta a transformar su vida y a ser una guerrera por su hija, quien día a día la motiva para no dejarse caer ni tentar nuevamente por las drogas.
*Campaña "No Pasa Nada" por Malala Academia.