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Julián Sierra trajo la enseñanza de Zapoteco a Villa Juárez

Desde niño conoció el abandono, pero se propuso no abandonar a su gente. Ahora enseña Zapoteco como reminiscencia de su natal Oaxaca

24 agosto, 2022
Julián Sierra trajo la enseñanza de Zapoteco a Villa Juárez

Desde niño conoció el abandono, pero se propuso no abandonar a su gente. Ahora enseña Zapoteco como reminiscencia de su natal Oaxaca

Julián Sierra Chávez supo desde los 5 años lo que es el abandono, la pobreza y la explotación. Allá en San Andrés Yaa distrito de Villa Alta, Oaxaca, no conoció a su padre, pero conoció el hambre. A base de puro trabajo su migración a Villa Juárez le cambió la vida, ahora en sus ratos libres es educador de la lengua Zapoteca.

Habrá personas que se sientan mal por sus carencias, pero quizá no han conocido la verdadera pobreza y el abandono. Julián Sierra sí lo sabe. Cuando él nació, en la región Sierra Norte de Oaxaca, la montaña estaba ensombrecida con esa pesada nube de la pobreza.

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Nunca conoció a su padre, eso no le dolió. Si lloraba era por hambre, porque su madre sola y sin oportunidad de trabajo, nomás le daba una comida al día. Pero eso también se acabó. Cuando cumplió 5 años ella le dijo que ya no podía cuidarlo en esa condición, le recomendó que se fuera a vivir otro pueblo y lo llevaron a entregar con una familia que sí le daría su comida, a cambio de trabajo.

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Eso sí le dolió, despedirse de una madre a esa edad le causó muchas lágrimas. En su nuevo hogar, levantarse a las 3 de la mañana para ir a labrar la tierra y cuidar el ganado, era un trabajo de adultos que no cabía en el cuerpo y en las fuerzas de un niño de preescolar. Recuerda que ahí lo obligaron a sembrar, a cultivar, deshierbar, a usar la yunta y a cosechar.

Recuerda Julián Sierra que, en esos días cuando tomaba el arado no lo podía sostener derecho en los surcos y con frecuencia la yunta lo arrastraba. Pero rendirse no era una opción. Llorar en silencio y a gritos sí. Para él sus nuevos papás eran sus explotadores. De sus momentos de buen tiempo allá recuerda que lo que más le gustó fue aprender a educar a los animales para que obedecieran.

Tenía 10 años cuando decide por iniciativa propia abandonar a la familia que lo recibió. Sin saber hablar español se fue a vivir a otro pueblo llamado San Pedro Nolasco Xiacuí, de Ixtlán Juárez, Oaxaca, donde había escuela. Pero no duró mucho tiempo en el aula, por la pena de ser un niño grande cursando primer año, y aparte con una jornada larga de trabajo que iniciaba a las 3 de la mañana. Con hartas ganas de aprender el español y las letras, en un año cursó primero y segundo de primaria. Y hasta ahí llegó.

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Recuerda Julián que, de ahí se fue solo a la ciudad de Oaxaca a probar suerte (que no encontró) y luego se mudó al pueblo de Loma Bonita, donde sí había mucho trabajo. Trabajó ahí por unos 5 años. En eso andaba cuando anunciaron en las bocinas, que en Sinaloa estaban necesitando jornaleros para trabajar en Campo Gobierno, en un viaje que incluía pago de transporte.

La misma semana tomó el tren con destino a Sinaloa. Tenía 15 años cuando llegó a Villa Juárez en 1970. Estaba el despertar del cultivo de hortalizas.

En el Campo La Estrella fue su primer lugar de residencia, vivía en las cuarterías, al fin de cada temporada se regresaba a Oaxaca. Y en 1984 decidió quedarse para siempre, en los surcos encontró esposa, trabajando en los campos de Villa Juárez. Pero una invitación a trabajar a la ciudad de Culiacán, como ayudante de albañil, le permitió aprender el oficio, y eso le dio mucha esperanza.

Desde entonces se ha dedicado a hacer casas y arreglos de albañilería en las colonias de la sindicatura. No le falta el trabajo, todos lo quieren por su humildad y don de gente. Vive siempre agradecido de la vida.

Ya está por cumplir los 70 años y todavía trabaja la albañilería. No se olvida de su origen Zapoteco, y dice con orgullo “a mí no me da vergüenza decir que soy zapoteco. Yo nací en eso, y me voy a morir con eso, no importa que me critiquen, digan lo que digan”.

Es que ahora de grande decidió enseñar su lengua zapoteca. Es instructor indígena a un grupo de niños y adultos que comparten su identidad nativa. Con mucha paciencia, en su propia casa reúne a sus alumnos. En un pizarrón prestado escribe las palabras zapotecas y su significado.

El mismo ya diseñó un método didáctico para que todos sus alumnos aprendan. Lo primero es aprender a saludar, dice con autoridad. Luego saber cómo se llaman las cosas. Sus alumnos quizá nunca regresen a Oaxaca, pero tienen un sentimiento nativo que les llama a aprender la lengua de sus padres y de sus abuelos. Tiene paciencia para enseñar, enseña con las ganas que aprendió hablar español.

Entre sus prendas especiales guarda su traje zapoteco, se lo pone cada que hay una festividad indígena o de representación. Porque además de las clases de lengua nativa también tiene en proyecto enseñar las danzas zapotecas, que son orgullo y añoranza por su tierra.

“Mi pueblo es bonito, aunque me encuentro lejos no olvido de lo que hay ahí, de lo bonito que hay, los cerros y los campos”. Pero lo más bonito que recuerda son las comidas de allá, que ya no volvió a comer porque con el tiempo todo cambia.

Mientras enseña repite a sus alumnos y a todos los residentes de Oaxaca: “que enseñan a hablar en lengua a sus hijos y sus nietos, porque es muy importante que se puedan comunicar con su gente”.

En la colonia 4 de marzo de Villa Juárez hay un hombre agradecido de la vida, de niño vivió lo peor, pero desprendiendo cicatrices ha construido lo mejor. Todos los días se afana en su trabajo, es querendón con su esposa y sus hijos, y le sobra tiempo para amar a sus paisanos.

Ahí entre las tablas y herramientas de albañilería tiene el pizarrón y el atrio del saber, donde la lengua zapoteca se repite entre sílabas con sentimiento de migrante. Julián Sierra es un monumento vivo de la resiliencia. Si un día vuelve a su pueblo buscará primero las comidas. Después agradecerá…


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