Las parejas amorosas tienen un código de amor único que quizás nunca pactan ni comentan, pero aparece en los momentos decisivos y dolorosos...
Por: Reflexiones del lector
En su columna "Factor Humano" en el periódico El Noroeste, Paúl Chávez puntualiza que el amor para que florezca requiere ir y venir, si uno le cierra las puertas hay problemas. No todo en él es dar. Por tal motivo, ¿existe un soporte amoroso?
La foto de esas mujeres despidiendo a sus amados aprovechando hasta el último momento antes de zarpar es elocuente. Ignoran si será la última vez, pero la esperanza de volverse a ver alimentará a los soldados en el fragor de las batallas y cuando las condiciones les den un respiro escribirán y leerán mil veces las cartas que reciben. Ellas, a su vez, alimentarán su esperanza o dejarán que se la lleve el viento. Mientras tanto el destino echa los dados.
Una de las mejores armas de la guerra es el correo, quien iba a pensarlo. Lo emocional, no lo racional, sustenta la vida, más que las armas que la defienden. La capacidad de amar define mucho la calidad personal. Esto parece romántico en medio del materialismo dominante, los mejores momentos y las mejores noticias de la vida suceden en torno a los demás, también los peores. Sin los demás la vida carece de sentido, el quien importa como el para qué.
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San Agustín llegó a decir que en el examen final nos harán una sola pregunta ¿Qué tanto amaste en tu vida? y agrega “Mi amor es mi peso” ¿Exagera? San Juan al final de su larga vida repetía insistente “hijitos míos lo importante es que os améis los unos a los otros” atestiguándolo con su experiencia.
Un gallo de pelea
En un patio había un gallo solitario, gallardo crecía y cantaba en las mañanas, un día le pusieron un espejo y el gallo sorprendido empezó a darle picotazos frenéticamente. Me divirtió el hecho tan revelador ¿Qué pasa cuando el amor propio, el origen de todo amor no se da, no florece en uno mismo? Le pasa como al gallo: se desordena y termina lastimándose a sí mismo de muchas maneras.
Hay una ausencia muy silenciosa que pocas veces se detecta: la ausencia de uno mismo. Curiosamente esto se da cuando la persona suele darse por amor pero no recibe lo que da o se niega. El amor requiere ir y venir.
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Rompiendo el orden del amor
El amor efectivo es ordenado. Cuando se desordena hay conflictos, no cuenta la entrega ni el tamaño del corazón. Muchas madres por amor, soportan límites insospechados para contener a su esposo, a sus hijos, a sus familiares, pero llega un momento que liga se rompe porque no reciben lo que tanto dan. Hay un amor que solo uno es capaz de darse: el amora sí mismo, el otro lo fomenta o lo mengua.
Una señora vestía de negro tras 8 años, le pesaba la viudez. La convencieron de vestirse de color, décadas después seguía usando al menos una prenda negra. Ella no quiso cerrar la herida de la muerte de su esposo, ese amor simbolizaba el amor que nunca recibió de su madre. Amorosamente sacó adelante a sus hijos, le regalaron nietos y a pesar de estar rodeada de amor, enfermó durante. Podía vérsele el vacío que su generosidad ocultaba. Creyó que al morir su esposo jamás recibiría ese amor particular, el negro simbolizaba su tristeza aparentemente irremediable.
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La lástima es tremenda
Otra soportaba las ausencias de su esposo mientras él hacía realidad sus sueños, los hijos crecieron y la ausencia generaba gritos sordos, él les rogaba paciencia, el “pronto estaré con ustedes” no llegó.
Ellos se casaron y la mujer empezó a sentir una tremenda soledad que le cobró la factura en la espalda, tras 3 operaciones el dolor volvía tremendo. Un día comentó “me separaré de él, ya no aguanto” entonces sus ojos cobraron vida y su cuerpo un vigor que aparecía con sus nietos. Atrapada en su rol de “buena esposa” se tragó su enojo; a esas alturas se había convertido en ira. Por amor lo había contenido, pero su vacío afectivo la achicó de tamaño.
Un célebre cirujano descubrió que la espalda suele sanar cuando la gente saca su ira contenida sin saber que la carga. La espalda lo sabe. Saberse enojar sana.
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El soporte mutuo
Benditas las parejas que saben cómo contenerse mutuamente. Él enfrentó con valentía un cáncer que logró vencer, sonriente se le veía en la cama del hospital, la esperanza de ver nacer a los nietos le animaba y negociaba con Dios “hasta el próximo, después Señor tú dispones”, pedía, y confiado se entregaba. Su mujer, madre de muchos hijos y nietos le contenía. Al complicársele algo ella estaba a su lado. Después ella enfermaba, las gripes intensas eran la manera como su cuerpo y alma lloraban, antes, serena animaba a todos.
Las parejas amorosas tienen un código de amor único que quizás nunca pactan ni comentan, pero aparece en los momentos decisivos y dolorosos. Uno contiene al otro, y a la vez el otro es contenido. Ese pacto secreto les da la seguridad que a pesar de todo cuentan con el otro, aunque cada uno pague su cuota de dolor sin cobrarla. Qué sólida manera de manifestar su amor. Qué exquisita y valerosa reciprocidad. La que todos anhelamos pero no siempre estamos dispuestos a pagar el precio.
La vida dispuso que el amor tiene sus cuotas de dolor, gracias a él se acrisola y florece.